Desde Río de Janeiro
A menos de diez minutos de los penales y tan cerca
de la gloria, la selección argentina perdió una gran ocasión para reivindicarse
como potencia y dejó el plato servido para que un gran equipo alemán, el mejor
del torneo, se quedara con un título que mereció en lo general mucho más que
por lo de ayer en el Maracaná.
Que se entienda bien: Argentina no fue más que
Alemania, pero no fue menos tampoco.
Supo aguantar, se fue adelantando de a
poco y por momentos hasta pensó en cambios ofensivos para ganar en los noventa
minutos, pero no dio porque este equipo de Alejandro Sabella fue cambiando
durante el Mundial y pasó de tener como virtud el poder de fuego y como defecto
la endeblez defensiva, a lo contrario.
Y entonces los delanteros que antes convertían lo
que les tocaba, ahora no definen. Y los defensores que antes tenían serios
problemas para pararse en el fondo, ahora rechazaban todo, ayudados por un
mediocampo que antes estaba desequilibrado, pensando en el ataque, y ahora se
cerraba para ayudar en la contención.
Si Argentina no ganó, y lo dijo luego el propio
Sabella en la conferencia de prensa, fue más porque falló las que no podía
fallar, que por el gol final de Götze, de excelente factura técnica,
apareciendo como cambio que le dio frescura al ataque alemán a poco del final.
Es que Alemania es un equipo completo, que jugó en
Brasil el mejor fútbol, el de posesión de pelota, con toques y tranquilidad,
sin matarse corriendo, buscando siempre al compañero libre, algo que la aleja
de otros tiempos de la “cintura dura” de los europeos.
Alemania fue evolucionando con los años hasta que
sofisticó el toque de los españoles con algo más de dinámica, y la base del
Bayern Munich que va imponiéndose en Europa, derivó en la actual selección, y
para ganarle había que jugar el “partido perfecto”.
¿Cuál era el partido perfecto? Para esta Argentina
de hoy, era cerrarse, hacer un enorme esfuerzo físico, resistir y no fallar en
las oportunidades que se tuvieran. Pero eso no ocurrió.
Tampoco, y será la duda eterna, tal vez, que Lionel
Messi jugara en una final de un Mundial el partido de su vida. Jugó bien, qué
duda cabe, porque nunca juega mal, o casi, pero de él se esperaba que jugara un
partido excepcional, y eso es lo que no pasó.
El tiempo dirá si se podrá saber
qué fue lo que pasó por su interior (más allá de que sepamos que vomitó como
tantas veces anres del inicio).
Messi recibió el premio al mejor jugador del torneo,
y aunque es el mejor del planeta, no lo fue en Brasil. Jugó bien, pero “bien”,
para Messi, es por debajo de su propio listón, y no alcanzó. Tampoco fue
demasiado más que el último del Barcelona. Apenas un par de escalones arriba, y
por debajo de otros jugadores como James Rodríguez (Colombia), Tomas Müller
(Alemania) o Arje Robben (Holanda).
También es cierto que Messi no tuvo tanta compañía
desde su línea en adelante, y que varios de los delanteros argentinos, aquellos
que eran el fuerte del equipo, tuvieron demasiados problemas físicos. Gonzalo Higuaín y Rodrigo Palacio llegaron
con dificultades al Mundial, Sergio Agüero se lesionó al poco tiempo, y Angel
Di María, al final. Demasiado para un plantel corto.
También es cierto que esta vez, Sabella se equivocó
en los cambios. No el de Agüero por Ezequiel Lavezzi pero tal vez sí en los
minutos, y sí en los otros dos. Fernando Gago no estaba para un partido de tan
alto nivel, y Rodrigo Palacio no suele estar en los partidos decisivos. Muy
buen jugador, pero para crack, le falta esa puntilla, y el gol que perdió, por
encima de Neuer, posiblemente habría sido en un Inter-Catania.
Así las cosas, Alemania es más campeón por el total
que por la final, y merecido lo tiene. Para Argentina, la pena de perder una
chance inmejorable, en Sudamérica (donde por primera vez en la historia ganan
los europeos), con Messi en su plenitud, por edad y trayectoria, y por un grupo
de jugadores que venían acumulando títulos desde juveniles y llegaban a la
madurez en este torneo.
Ahora vendrán tiempos de reflexión. Algunos se
centrarán en la continuidad o no de Alejandro Sabella, pero no es todo. El
punto que el fútbol argentino sigue sin tocar es el del bendito juego. ¿A qué
queremos jugar?
En esta final, ocurrió lo que se venía advirtiendo
desde hace meses en esta columna, y que en los partidos previos no apareció.
¿Qué pasaría cuando la selección argentina se encontrara con una que se
equivoca poco y de la que no puede aprovechar sus errores? O tiene que acertar
con alto grado de eficacia, o tiene que hacer un enorme esfuerzo por correr y
correr detrás de la pelota.
¿No suele ser mejor tenerla y que corran los otros?
Tal vez, sin querer, Alemania hoy nos volvió a mostrar un camino perdido. No
sólo por Argentina, también (y hoy con menos recursos) por Brasil. El perder la
idea de un juego que nos de identidad. De hecho, la selección argentina comenzó
de una manera y terminó de otra.
De matador arriba, a un equipo estructurado como en
Italia 1990. Y como en aquella vez, aunque con más recursos ofensivos y Messi,
ganaron los alemanes.
Es el momento de parar la pelota y reflexionar sobre
el futuro, pero cuesta demasiado ahora.
Se acaba de ir un sueño, a tan poco de alcanzarlo.
Es tiempo de respetar un trabajo bien hecho por el
entrenador y su cuerpo técnico, hacer un balance de un Mundial positivo para
Argentina, pero con la sensación de que daba para mucho más. Tal vez pensando
más en la pelota, el camino para volver a ganar una Copa sea más corto.
La fiesta se acabó, se cerró el telón del Mundial, y
llega el tiempo de ir apagando grabadores, cerrando computadoras y guardando la
libreta de apuntes.
Pocas veces Argentina estuvo tan cerca en estos
últimos veintiocho años. De allí, la tristeza. Pero para que haya una nueva
oportunidad, no vendría mal pensar primero a qué jugamos, tener un proyecto que
pase también por disfrutar, por dejar de apretar los dientes, correr y marcar
solamente.
Alemania campeona del mundo, Argentina subcampeón en
Brasil. Así las cosas. Así es el fútbol.
1 comentario:
Muy completa tu columna, Sergio.
Creo que tu pregunta final (¿a qué queremos jugar?) se relaciona con la aparente "decadencia" del 10 organizador y distribuidor de juego.
Hoy el paradigma parece ser la subida por los laterales y el tránsito vertiginoso por el mediocampo.
A mí no me gusta; pero entiendo que -por lo menos en Argentina- ese cambio tiene que ver con un "síndrome Riquelme" que tuvo a los técnicos muy condicionados a un esquema rígido y generó mucho vedettismo.
Creo que si algo deja la gestión de Sabella es que los esquemas pueden variar en función de lo que presenta el adversario, manteniendo como prioridad la ocupación de los espacios. Pero creo que la carencia que se vió es que no alcanza con un Mascherano que barra el mediocampo y ordene la defensa si no tenés un 10 que lo complemente con una distribución precisa y profunda a los delanteros.
Gago parece no haber sido el más indicado; pero creo que sería un error desalentar la formación de jugadores capaces de poner una pausa en el vértigo y manejar los cambios de ritmo. Un abrazo.
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