Desde
San Pablo
Ya van quedando pocas recetas para el enfermo.
Porque muchas de las medicinas se quedaron en casa. En palabras futboleras,
muchos de los recursos ofensivos, defensivos y de ordenamiento del juego, no
están en Brasil. No figuran en la lista de 23 jugadores, y hay que echar mano
de “lo que hay”.
Y lo que hay en la selección argentina es esto. Lo
que se ve. Lo que jugó hasta ahora cuatro de los posibles siete partidos del
Mundial. Una defensa lenta en la salida y que deja espacios en las espaldas de
Javier Mascherano y Fernando Gago y antes que los dos centrales, Federico
Fernández y Ezequiel Garay.
Un mediocampo lentísimo en la distribución, con un
Gago más parecido al de Boca de esta temporada que al “Pintita” de 2004 o el
del Real Madrid cuando jugaba detrás de Guti, y sin creatividad sencillamente
porque nop vino ningún diez y el único que podría hacerlo, Lionel Messi, no
dispone de acompañantes acorde a su calidad. Sólo queda, aunque lejos de las
pretensiones, un buen jugador como Ricky Alvarez, pero tuvo veinte minutos
contra Nigeria, cuando el pescado del grupo estaba vendido.
Y arriba, que es donde siempre hubo, parece que
tampoco hay ahora. Porque justo en el pico del rendimiento que debe implicar un
Mundial, hay varios jugadores bajos en su nivel: desde Angel Di María,
destruido tras su desgaste con el Real Madrid en la reciente Champions League,
hasta Gonzalo Higuaín, que viene de un lapso grande sin jugar por un golpe y un
esguince, pasando por Sergio Agüero, cuyo regreso (si es que se produce) es un
misterio y hasta por el propio Messi, quien si uno compara con sí mismo de
otros tiempos es, cuanto menos, diferente. Más distante, más en la búsqueda de
las cuatro-cinco jugadas desequilibrantes pero sin esa continuidad y brillantez
en el juego. Los motivos, habrá que buscarlos con lupa.
Con este panorama, tiene razón Mascherano (leer la
entrevista exclusiva de ayer en este blog) sobre que todos colocan un vallado
defensivo contra Argentina, pero ¿cómo no imaginarlo ante Messi? Lo que el
equipo de Alejandro Sabella debe hacer es buscar la forma de quebrar esas
defensas, abrir la cancha, buscar variantes ofensivas, tener más dinámica.
¿Pero cómo se consigue con jugadores reventados de
una temporada compleja con sus equipos? ¿Cómo se logra si en cada partido hay
que hacer lo mismo?
Lo que se evidencia una vez más es que éste es un
equipo argentino preparado para el error adversario, para contrataque, para
presionar y quitar lejos de su arco, pero no para tener la pelota. No se siente
cómodo, no le gusta, al contrario de la larguísima tradición albiceleste, por
la que tanto nos temen, aún con la paradoja de que nosotros tememos a los que
nos temen, en un extraño círculo vicioso.
Pero no hay autocrítica. Por más que Mascherano
insista en una extraña afirmación en el sentido de que en el segundo tiempo de
los noventa minutos “fue lo mejor que se vio de Argentina en este Mundial”, si eso es así, estamos fritos.
No habrá corazón que aguante y entonces sí se entiende que Sabella apele a qué
banco de suplentes le tocó, o qué color de chomba se tiene que poner, o que
muchos en la tribuna le recen al Papa Francisco.
La vía para ganar es jugando al fútbol. Todo lo
demás es verso puro, y no puede depender todo de lo que se les ocurra hacer a
los iraníes o a los suizos. Porque al fin y al cabo, si este equipo ataca,
tiene los espacios cerrados, y defendiendo no cumple demasiado porque la
“descompensación” parece inexorable. Como si no hubiera ya nada que hacer.
Sin Agüero, con Lavezzi lejos de su nivel, Palacio
pasado de revoluciones, y ahora sin Rojo por doble amonestación (quién diría,
ahora todos lamentan su salida), habrá que encomendarse a lo sobrenatural. Por
ahora, está saliendo bien, acaso queda lugar para tres milagros más o que Messi
encienda la lamparita.
Otros, como Colombia, apuestan al fútbol, con un 10
clásico (James Rodríguez) y con un DT argentino. Pero eso es para otro
artículo, aunque muestra el grado de confusión en el que el fútbol argentino
está enfrascado desde hace muchos años ya.
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