miércoles, 9 de julio de 2014

Messi y Holanda (Volkskrant)



“Tengo una llamada para ti”, le dijo un periodista italiano –Stéfano Boldrini, del diario “La Gazzetta dello Sport- y le alcanzó un teléfono celular que Lionel Messi atendió con desconfianza. “Hola Leo, soy Diego….Diego Maradona, y quería decirte que te sigo y que sos un crack y que espero que ganes este Mundial”.

Messi se quedó helado. Le temblaban las piernas y con pocas cosas le había pasado antes. Curtido de tener que pelearla solo desde los 13 años, cuando su madre y su hermana decidieron regresar a Rosario por no aclimatarse y se quedó con su padre y  la familia de su hermano Rodrigo, el chico estaba conmovido.

Maradona es un símbolo en la Argentina y que a esa edad tuviera un llamado de él era para conmoverse y fue uno de los grandes recuerdos que Messi se llevó de aquel Mundial sub-20 de 2005 que marcó por mucho su vida, porque llegó a él casi desconocido, y se fue con el primer gusto dulce de un título mundial, un reconocimiento internacional, y la cercanía a la gente de su país, que lo miraba de reojo, sin conocerlo.

Messi no la tuvo fácil. Llegó a esa selección sub-20 por una sucesión de hechos fortuitos y porque un ayudante de Marceo Bielsa, director técnico de la selección mayor argentina entre 1998 y 2004, Claudio Vivas, retuvo su nombre cuando en Rosario le hablaron de él y entonces en el Mundial sub-17 de Finlandia, el director técnico de los juveniles, Hugo Tocalli, aprovechó para preguntar en la mesa del equipo español (campeón del torneo) si conocían a un tal Messi, que jugaba en el Barcelona.
Todos se rieron, cómplices, y un chico de la mesa, un tal Francesc Fábregas, sólo atinó a decir que “si este chico estaba hoy con vosotros, los campeones eran vosotros”.

Messi llegó tímidamente al equipo y el entrenador en el Mundial 2005, que ya era Francisco “Pancho” Ferraro, decidió no colocarlo en el debut ante Estados Unidos, y Argentina comenzó perdiendo. Messi estaba cabizbajo en el hotel, con la cara hasta el suelo. Imaginaba otra cosa y no se aguantaba, y tampoco estaba enterado de lo que había sucedido en la habitación de Ferraro: había sonado el teléfono desde Argentina y el presidente de la Federación, el todo poderoso Julio Grondona le había dicho, cortante: “O juega Messi, o te vuelves tú a la Argentina”.

Messi entró desde el segundo partido y todo cambió. Argentina ganó  los dos partidos que le quedaban pero nada era fácil. En uno de ellos había entrado un jovencito Sergio Agüero y Ferraro tenía que realizar un segundo cambio : poner un volante por un atacante para mantener el resultado y optó por sacar a Leo, que no lo miró bien antes de irse al vestuario.

Las cosas no terminaron allí. Cuando todos comían, alguien del cuerpo técnico le mostró a Ferraro un video con el gesto de desacuerdo de Messi, y se quedaron muy mal, pero pasó un rato, y el propio chico pidió una reunión con Ferraro en la habitación. “Pancho, le quiero pedir disculpas porque estuve mal. No tenía que haber hecho un gesto, pero es que yo quiero jugar, ¿sabe?”.

Ferraro respiró profundo e intentó explicarle: “Leo, lo entiendo pero necesito que entienda algo: estábamos ganando, tenía que hacer un cambio defensivo y el otro delantero, Agüero, recién había ingresado. Sólo quedaba usted. ¿A quién iba a sacar?”.
Messi definió el partido ante Brasil y llegó a la final ante Nigeria, ante el rival que tenía al jugador con el que iba a pelear por el Balón de oro, Obi Mikel. Pero el argentino pateó dos penales como si estuviera en el patio de su casa, y todo fue para el lado argentino: la Copa del Mundo, el Balón de Oro y hasta la Bota de Oro. Acaparó todo, más allá de que en la conferencia de prensa posterior, su DT Ferraro dijera que si tenía que destacar un jugador “sin dudas fue Pablo Zabaleta, el capitán”.

Para Ferraro, Zabaleta era todo un ejemplo. Antes de la final ante Nigeria, reunió a sus jugadores y no les pasó un video de alguna gran jugada de un genial Messi, sino cuando el volante del Espanyol, en aquel entonces, se arrojaba de cabeza a una pelota dividida. “Si todos hacen lo que Pablo, les aseguro que somos campeones”, dijo, orgulloso.

Sin embargo, Messi y Zabaleta no tenían problemas. Al contrario. Compartían muchas cosas en Barcelona, uno en el Barça, el otro en el Espanyol, y salían juntos y más de una vez, el entonces volante (hoy lateral derecho del Manchester City y la selección argentina) tuvo que llevarlo a su casa, ya dormido, luego de una rica cena con carne argentina de la mejor calidad.

Pero Messi se tenía guardado algo más. Justo antes de la final, el Barcelona había decidido subirle el contrato y la cláusula de rescisión (el valor de mercado que un club tiene que depositar por su pase, además de llegar a un acuerdo con el jugador) en 150 millones de euros, la misma cifra que Ronaldinho.

Ferraro, que era su entrenador en el sub-20, no se enteró hasta nueve años más tarde, y de boca de este cronista. “No tenía ni idea de eso. ¿Cuándo fue?”, preguntó, en un bar del barrio de Villa Urquiza, en Buenos Aires. Así de sigiloso fue.

Messi sabe que Holanda es el país de otra representante argentina con repercusión mundial, la reina Máxima y que enfrente juega Arje Robben, que tiene algunas cosas parecidas a él mismo, como haberse plantado y hasta enfrentado a Josep Guardiola.
Messi no comenzó bien con el ahora DT del Bayern Munich en el Barcelona porque cuando éste llegó al cargo, quería ir a los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 pero el club no lo dejaba. Y saludaba al entrenador a desgano hasta que el DT se dio cuenta de que tenía que dejarlo ir, para que el genio estuviera bien.

Robben también tuvo sus vueltas con Guardiola.


Tal vez, en algún pequeño instante del partido en el Arena Corinthians, en San Pablo, Messi le pregunte a Robben si ya todo está mejor con Pep, y le mande saludos.

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