Desde Belo Horizonte
Hay un dicho que se le suele atribuir a Gary
Lineker, el ex gran delantero inglés, que dice que el fútbol “es un deporte que
consiste en once jugadores de cada lado, con una pelota y en el que siempre
ganan los alemanes”.
Tal vez la frase sea muy exagerada, pero no tanta
como para no prestarle la suficiente atención. Sin meternos en el pasado muy
remoto, si tomamos en cuenta las semifinales de los últimos once Mundiales, es
decir desde hace cuarenta años, desde el de Alemania Federal de 1974,
observaremos que salvo algunos equipos de moda que giraron en torno de uno o
dos jugadores (Polonia de los setenta, Bulgaria de los noventa, España hasta
recién, Croacia en los noventa) o por hacer valer la localía (Corea del Sur),
por lo general son siempre los de mayor tradición los que llegan a estar entre
los cuatro primeros.
En esa misma estadística, de once mundiales jugados
desde 1974, Alemania fue finalista en ocho, Brasil en seis, Italia y Holanda en
cinco, y Francia y Argentina en cuatro. Nada de esto puede ser casualidad y se
debe a que hay algunos factores fundamentales para que esto ocurra aunque uno
de ellos es el psicológico y otro, la tradición del país en su relación con el
fútbol.
Suele suceder que cuando comienzan los Mundiales,
muchos se sorprenden y elogian hasta el hartazgo a determinados equipos que,
efectivamente, tratan bien la pelota, o sorprenden por su dinámica o por algún
jugador en especial. Esa selección se transforma por unos cuantos días en el
equipo de moda (en este caso, Costa Rica, aún más Colombia, en cierta forma
Estados Unidos) hasta que llegan los fatídicos cuartos de final, que es cuando
se produce el choque con los conjuntos llamados “tradicionales” y la aventura
suele terminar allí.
¿Por qué sucede esto? Tal vez sea mejor que en
algunos aspectos lo analizara un psicólogo, pero sí hay algo que pasa por el
grado de compromiso con el torneo. Es decir, hay algunos equipos que, si bien
ambicionan como todos ganar la Copa del Mundo, que abrazan ese sueño, en cierto
lugar del inconsciente están cómodos con haber llegado a donde llegaron.
Es decir que aunque quieren ganar, en el caso de no
concretarlo no habría una queja mayor y en cambio, cierta satisfacción por el
deber cumplido.
Esto fue lo que le pasó especialmente a Colombia,
que estaba para más, era uno de los equipos que mejor manejó la pelota, que
contó con un armador de juego que en el mundo está en extinción como James
Rodríguez, y que seguramente si tuviera que enfrentar a Brasil en cualquier
territorio y bajo otra circunstancia, tendría muchas chances de imponerse, pero
cayó sin atenuantes por el Mundial y ante un público adverso.
Se observa que ante Brasil, en este Mundial, los
equipos que lo enfrentan deben atravesar distintas facetas: una primera de unos
treinta minutos, en la que pesa mucho la localía. El himno, cantado a capella
por los jugadores y los hinchas, termina teniendo el efecto del haka
neocelandés y pocos consiguen resistir esa embestida (España, la campeona
mundial y bicampeona de Europa, no resistió ni siquiera un minuto en la final
de la Copa Confederaciones).
Pero luego, el efecto se vuelve contrario y si el
rival logra aguantar hasta el final del primer tiempo, la presión del segundo
(como ante Chile) se vuelve hacia los locales y recién retorna a su favor en
los penales.
Costa Rica también jugó un excelente Mundial y
sorprendió a todos y bien pudo pasar por penales ante Holanda, aunque en el
partido hayan merecido más los naranjas, y una Bélgica que amenazaba con un
torrente de fútbol con al menos un crack en cada línea, poco y nada pudo hacer
contra Argentina, es decir, cuando otro de los grandes estuvo en la vereda de
enfrente.
Y Francia misma, que tampoco es una selección sin
historia, chocó, cuando tuvo que enfrentarse a una de las grandes como
Alemania, contra un equipo firme, con recursos en todas sus líneas, y que no
conoce de fronteras y aunque sepa de antemano que los europeos lo tienen
difícil en Sudamérica como históricamente (jamás pudieron ganar en el
continente americano en 7 ocasiones anteriores), llega con todo y con el íntimo
deseo de conquistar el título que no consigue desde 1990 aunque tantas veces
haya estado merodeándolo.
Pero además de las razones psicológicas están las
futbolísticas. Brasil, aunque con Neymar (ausente desde ahora por lesión) supo
avanzar ante distintas dificultades y pese a un plantel limitado técnicamente
como pocas veces.
Alemania lo tiene todo. A la potencia y resistencia
física que siempre fueron su fuerte, ahora agregó un toque especial, una cierta
estética de juego, gracias al aporte de una generación joven con algunos hijos
de inmigrantes.
Holanda reúne la clásica dinámica de Louis Van Gaal
con un ataque punzante con el triplete Sneijder- Van Persie y Robben.
Y Argentina, aunque viene sufriendo por las lesiones
de Agüero y ahora Di María, tiene en Lionel Messi a la principal carta del
Mundial.
Es decir que más allá de la tradición, también hace
falta una buena base técnica, pero siempre terminan llegando más o menos los
mismos a las finales.
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