DESDE LA SERENA, CHILE
“Brasil no está educado para la derrota”, escribe el
prestigioso comentarista Xico Sá, quien sentencia: “el brasileño ya no se
reconoce en eso que tenía como más sagrado y que maravillaba al mundo”.
Ante Colombia, el miércoles, los verde-amarillos
vivieron una triple pesadilla: la derrota, las lamentables escenas de pugilato
ante los colombianos al final, y que justo se trataba de un día muy especial,
el que conmemoraba los 53 años del título del bicampeonato mundial conseguido
justamente en estas tierras por Zito, Didí, Amarildo y tantos cracks, con Pelé
lesionado.
Mucho cambiaron las cosas desde aquel entonces,
especialmente después de ganar el tricampeonato en México 1970 acaso con el mejor
equipo que se recuerde en el fútbol, con simpleza y al mismo tiempo con magia,
talento.
Eran tiempos en los que los brasileños blandían su
orgullo por doquier y en La Fusa de Mar del Plata, o de Buenos Aires, Vinicius
de Moraes, junto a unos jóvenes Toquinho y María Creuza, la chica de la voz
cálida de Bahía, entonaban aquello de “A Copa do mundo e nossa”.
Xico Sá dice que casi nada queda ya de aquella gran
definición del fútbol brasileño del dramaturgo-futbolero Nelson Rodrigues, “La
Patria em chuteiras” (La patria en botines).
“Pensamos mal los partidos. Hemos perdido el free
jazz, la bossa nova, la inventiva. Dunga, en cambio, prefirió conspirar contra
el árbitro. Nos hemos convertido en un país común con una pelota en los pies”,
se lamenta Xico Sá,. Y con mucha razón.
El triste espectáculo de un equipo que fue
ampliamente superado por Colombia, cuyo volante Carlos Sánchez, al igual que en
Argentina 2011 contra el equipo local en Santa fe, demostró lo que aún puede
dar el fútbol sudamericano, persiste en un camino que parece sin retorno: el de
la pragmática, el excusario eterno del resultadismo a ultranza, como si hubiera
que sacarse de encima cualquier atisbo de belleza.
Este Brasil convive con la reciente mancha del
humillante 1-7 del Mundial ante Alemania en Belo Horizonte, y aunque Dunga
metió el discurso de ir para adelante con jugadores fabricados en serie, a
excepción de dos o tres (Daniel Alves, Neymar y poco más), hoy nada garantiza
el espectáculo. El scratch puede ganar, empatar o perder. Y punto.
Sigue siendo un equipo mecanizado, a la europea, en
bloques, con pases surgidos desde una lógica tan gris como esperable, y lo que
faltaba, que al perder, aparezcan reacciones negativas y enojos exagerados,
como el del propio Neymar ante Carlos Bacca, rivales también en la Liga
Española en los Barcelona-Sevilla, que en agosto deberán verse las caras por la
Supercopa Europea.
“Parecían jugar por un plato de comida”, dijo Dunga
sobre los colombianos y también que “salieron a provocar”, algo poco atribuible
a un equipo de José Pekerman.
Más bien al contrario, uno recuerda incidentes con
equipos argentinos como en aquella final del Mundial sub-20 de México 1983, o
en aquella batalla de los cuartos de final de la Copa América de 1995 en
Rivera. Uruguay, cuando el fatídico gol de la mano de Tulio.
Este Brasil que decidió copiar lo peor del modelo
que fue minando la fiesta argentina,
ahora ya no cuenta con marcadores centrales finos que salgan jugando por
abajo, laterales con enorme poder ofensivo y que queden mano a mano con los
arqueros, cincos que sean los tradicionales “cabezas de área”, diez como Pelé,
Rivelino, Zico o Ronaldinho, endiablados
punteros como Garrincha o Jairzinho, nueves con la inteligencia de Tostao, o la
capacidad de todos los movimientos de Ronaldo Nazario.
Lo de hoy, como dice Xico Sá, pasó de la “Patria en
botines” a las humildes franciscanas. Es lo que hay, y por eso, apena ver tan
solo a Neymar, debatiéndose en cuántas fechas de suspensión le podrían tocar.
Ya pocos recuerdan aquella frase colocada en el
mismo túnel en el que los jugadores salen a la cancha en el mítico Maracaná de
Río de Janeiro: “El en pase, el hombre se reconoce como ser social”. Lo firma,
cómo no, Nelson Rodrigues, “el Shakespeare del trópico”, como lo llama Xico Sá,
en un lamento que podemos comprender, porque nos venía pasando lo mismo y ahora
entristece ver que Brasil sigue ese camino tan lejos de la fiesta y tan cerca
de la mediocridad.
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