DESDE VIÑA DEL MAR, CHILE
Si se piensa en toda la gente que hizo enormes
esfuerzos por estar el sábado en el estadio Sausalito, llegada desde los
distintos puntos de la geografía nacional para poder alentar al equipo
argentino ante Jamaica, para llevarse esta impresión final de la selección
argentina, que el rival de cuartos de final haya sido finalmente Colombia, es
apenas una anécdota.
Porque tampoco el equipo que dirige José Pekerman
parece en esta Copa América un dechado de virtudes precisamente, y apenas si
llega a esta instancia del próximo viernes a las 20,30 en esta ciudad, con un
gol a favor, y marcado por el defensor Jeison Murillo, muchos problemas para
definir las escasas situaciones de gol que crea, y con dos ausencias
importantes.
El jugador más influyente que estará ausente en
Colombia será el volante Carlos Sánchez, al que muchos recordarán porque logró
casi anular a Lionel Messi en la fase de grupos de la pasada Copa América en el
estadio de Colón de Santa Fe (0-0) y quien había sido elegido mejor jugador del
partido ante Brasil en esta edición de la Copa, pero arrastra dos tarjetas
amarillas.
El otro suspendido es el delantero del Sevilla,
Carlos Bacca, expulsado tras la reyerta ante Brasil en la segunda fecha y
acarrea dos partidos de suspensión aunque no suele ser titular.
Colombia debió esperar al cierre mismo del partido
con el que acabó el Grupo C entre Brasil y Venezuela que ganó el primero 2-1
pero el arrebato final de los “Vinotinto” hizo que casi lograra un empate que
hubiera dejado a los de Pekerman directamente eliminados del certamen, y eso
tal vez sea el mejor indicativo para el momento que atraviesan aunque tengan
excelentes jugadores en casi todos los sectores de la cancha.
Pero el problema de la selección de Gerardo Martino
no es hoy Colombia sino la propia Argentina, que no ofrece respuestas certeras
a sus problemas, que se van acumulando y de hecho, el equipo fue de más a
menos, perdiendo fuelle, solidez, profundidad, llegada, movilidad.
El equipo argentino tiene en esta Copa una especie
de lógica de funcionamiento por fases: un comienzo con todo hasta promediar la
primera etapa, una pequeña merma en el final, una continuidad tras el descanso,
y una estrepitosa caída en la segunda mitad del segundo tiempo al punto de
poner en riesgo todo lo que pudo haberse conseguido.
Lo extraño del caso es que este equipo argentino
consigue pronto sus objetivos básicos: marcarle, por ejemplo, dos goles a
Paraguay, conjunto tradicionalmente difícil y que se sabe cerrar bien atrás,
con lo que debió manejar el partido con tranquilidad y al contrario, los guaraníes
fueron encontrando espacios hasta acabar empatando.
Ante Jamaica, un entusiasta grupo de atletas
fornidos que cuando tuvieron ocasión buscaron centros para aprovechar la altura
y hasta en un caso patearon a la hache del rugby en vez de hacerlo a un arco de
fútbol, también Argentina pudo marcar pronto el gol, como para abrir al rival y
propinarle una goleada tan natural como había sido la anterior oportunidad, con
aquel 5-0 de Francia 1998.
Pero no. Otra vez el quedo físico, la falta de
respuestas que a su vez genera cierta desazón, sumado al decaimiento físico y
también, cambios que no se terminan de entender por parte del entrenador, como
la entrada del tucumano Roberto Pereyra pero no para jugar en banda, que es lo
que sabe, sino de interior, función que le cuesta más.
Los laterales Pablo Zabaleta y Marcos Rojos pasan
algunas veces por el costado, pero no con la convicción necesaria, y hasta el
dato estadístico es claro: el equipo de Martino perdió 18 puntos en el
porcentaje de posesión de pelota del primer tiempo al segundo.
Ahora hay seis días para preparar el partido ante
Colombia, que asoma como fundamental para este equipo y su suerte en esta Copa
y también como catalizador de motivaciones, pensando en los compromisos que
vienen hasta intentar llegar a la final de Santiago.
Pero el camino se encuentra plagado de obstáculos,
que no pasan sólo por un rival que tradicionalmente complicó a la Argentina en
los últimos veinticinco años, sino por una generación que tiene esta Copa como
uno de sus últimos desafíos deportivos y también en su desgastada relación con
su gente.
Por eso, Colombia es un rival importante, pero antes
que el rival, Argentina tiene el desafío de reencontrarse a sí misma, para
poder apostar por fin al juego de posesión que pregona Martino, y que aún no
hemos podido ver cabalmente en la puesta en práctica.
Sin juego y sin llegada, no hay goles. Y si no hay
goles, no hay paraíso. Lo sabe también Colombia, y debería saberlo Argentina y
tomar medidas urgentes, antes de que sea demasiado tarde.
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