DESDE LA SERENA, CHILE
Gerardo Martino, el DT de la selección argentina,
dio en la tecla. Tal vez, demasiado duramente para el cargo que ocupa y cuando
todavía está en una primera etapa, y cuando no tiene resultados importantes que
le ensanchen las espaldas como para sentirse con el respaldo suficiente.
Martino dijo en la conferencia de prensa de ayer en
el estadio La Portada de La Serena, que en el fútbol argentino se discute de
resultados y de cambios “porque cambiamos tantas veces de ideas que no tenemos
un estilo definido, como sí tiene Brasil, del que salvo excepciones, sabemos a
qué juega”.
Fue un misil tierra-tierra con un dirigente de la
AFA, Juan Carlos Crespi, a apenas metros a un costado de la sala, silbando
bajito y mirando hacia los rincones.
Martino apuntó sus cañones hacia quien corresponde,
sin miramientos. La dirigencia deportiva argentina viene fracasando porque
forma parte de la misma dirigencia nacional y proviene de la misma sociedad que
el resto, incluso que quienes son resultadistas y fanáticos del “vale todo” sin
detenerse a pensar en una idea, un concepto, cualquiera sea éste mientras sea
coherente en el tiempo.
No sólo se puede apuntar hacia el fútbol con la
frase de Martino, valiente por el momento en el que lo expuso y en la situación
en la que se encuentra.
Si tomamos otros deportes, como el tenis o el
basquetbol, veremos algo similar. En el tenis, Argentina tuvo brillantes
generaciones con jugadores que han ganado infinidad de títulos desde la
fulgurante aparición de Guillermo Vilas, pero nunca pudo ganar la Copa Davis, y
no fue, precisamente, por un problema técnico porque si hay algo que abunda, es
precisamente la técnica.
El problema fue siempre otro: o la mala relación
entre estrellas de cada momento (recuerden Vilas-Clerc, De la Peña-Jaite, Del
Potro-Nalbandián, por poner tres ejemplos de momentos diferentes) o bien,
decisiones desacertadas como la sede de la final de 2010 en Mar del Plata, como
que el propio Vilas tampoco haya tenido jamás la chance de ser capitán y como
alguna vez dijo él mismo, sin falsa humildad “con todo lo que gané en mi vida
como jugador, yo bien podría pasar a la historia por haber descubierto a Boris
Becker”.
En el basquetbol, la generación Dorada fue una
excepción a la regla, pero aún así, tuvo que chocar contra la dirigencia de la
CABB, a la que forzaron su salida por haberse jugado las propias estrellas
jugándose al decir (como uno espera en vano desde el fútbol) que los que
manejaban el deporte de sus amores eran corruptos o inservibles o ambas cosas a
la vez. Y no pasó nada. No se murió nadie. No se desmoronó nada, y siguen
jugando.
Pero volviendo al fútbol, nadie se anima a nada
semejante. Y en parte, no se animan porque si un día, un jugador de peso se
levanta y decide que porque la cama del hotel es cómoda se van a quedar en La
Serena y no irán a Viña del Mar, aunque el Everton haya acondicionado su
estadio, aunque ya haya cantidad de pasajes sacados y reservas de hotel
confirmadas y periodismo planificado, los dirigentes bajan la cabeza y aceptan
como válido este auténtico disparate.
Es decir que Martino puso el dedo en la llaga. Nos
mostró una dirigencia sin coherencia ni mandato, sumisa ante los jugadores, y
es por eso mismo que hemos tenido ese duro cruce con el jefe de prensa de la
actual selección hace unos meses en Manchester y Londres, en ocasión de
partidos amistosos ante Croacia y Portugal, porque cree que las estrellas son
los jugadores y no la selección misma.
Todo esto ocurre porque la AFA tiene una estructura
que en muy buena parte es hacia afuera, mostrando un orden que cumplen algunas
personas muy eficientes, ligadas a otras prácticas y que no tienen el poder de
decisión final.
El problema está en la propia dirigencia del fútbol,
en el nivel más alto, en los que se dejan llevar por los vaivenes de un
resultadismo inútil porque sin una idea de fondo, no se llega muy lejos. Es
difícil el camino cuando no se sabe hacia dónde se va, y el fútbol argentino
sigue sin saberlo.
Sus movimientos son espasmódicos. Se deja llevar por
modas pasajeras. Pasa de César Luis Menotti a Carlos Bilardo, de Bilardo a
Alfio Basile, de Basile a Daniel Passarella porque tras el Mundial 1994 había
que “poner orden” y ocurrió lo de las rinoscopias y el pelo corto, y de
Passarella a Marcelo Bielsa, porque había sido campeón local, y no por su
sistema de trabajo, como últimamente, de Alejandro Sabella y un fútbol de
pegada en los últimos metros esperando los errores del rival, al Tata Martino,
que apuesta a la posesión de pelota y al dominio de los partidos.
Por eso, Martino ironizaba sobre que la selección
argentina necesita “un mix entre el Patón (Edgardo) Bauza y yo”, y de paso, le
apuntó también a un importante sector del periodismo vernáculo que insiste con
los resultados como si alguien tuviera la receta, o como si siendo conservador,
hubiera alguna garantía.
De todos modos, que Martino se quede tranquilo. Todo
quedará ahí, como siempre, y bien sabe, por experiencia, que hay quienes lo
esperan a la vuelta de la esquina con el cuchillo entre los dientes si es que
no saca buenos resultados, como si muchos de sus antecesores hubieran ganado
algo…pero eso, ¿a quién le importa, si ya es pasado?
Sólo importa ganar, el tema es cómo conseguirlo.
Quien tenga la fórmula asegurada, que me envíe un email o un whatsapp.
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