No se trataba de un problema de calidad en la
plantilla. Jugadores, siempre sobraron. El tema pasaba por otro lado que era un
vestuario que se miraba de reojo, con un entrenador que llegaba con una forma
de manejarse que no era tradicional en la última década, y algunos integrantes
del equipo que estaban muy desgastados y que sentían y leían y escuchaban que
se marchaba hacia un fin de ciclo, luego de éxitos notables.
El Barcelona era todo eso al comenzar 2015, luego de
un complicado primer semestre, y el partido ante la Real Sociedad pareció ser
la bisagra. Eran días en los que arreciaban los rumores de una discusión dura
entre Lionel Messi y Luis Enrique (corroborada semanas después por Jérémy
Mathieu ante la prensa francesa), y a esto se agregaba que el argentino comenzó
a seguir al Chelsea en las redes sociales, aunque el entrenador portugués José
Mourinho negaba cualquier chance de fichaje en el futuro cercano.
A partir de allí, un buen resultado trajo otro, Iván
Rakitic se consolidó en el medio, reduciendo las posibilidades de juego de Xavi
a minutos esporádicos aunque de gran docencia para sus compañeros,
especialmente en mantener el balón y no regalarlo, Daniel Alves de a poco comenzó
a perder el vicio de los centros hacia la cabeza de nadie y se acordó de jugar,
aun manteniendo el pulso de la renovación de su contrato, la defensa ganó en
solidez y por si fuera poco, hubo una notable caída en el rendimiento del Real
Madrid, que venía siendo el líder de la Liga.
Si todos estos elementos jugaron a favor del
Barcelona, qué decir del aceitamiento del triplete ofensivo, hoy por hoy, el
gran fuerte de un equipo acostumbrado a que el punto máximo fuese el medio, y
hoy los volantes acompañan, pero el pico está arriba, en los que definen las
jugadas, es decir, en el genio de Messi, antes que nadie (autor de 58 goles en
la temporada, que se dice fácil), el talento del brasileño Neymar, ya
consolidado y autor de 39 conquistas, y por si fuera poco, en la aparición
fulgurante del uruguayo Luis Suárez, después de pagar la sentencia de la FIFA
por los episodios del Mundial.
El tridente sudamericano del ataque, el ya famoso
MSN, es mucho más que la suma de tres cracks indiscutidos, sino también un gran
aporte al grupo. Se pudo ir conociendo la excelente relación que fueron armando
en la intimidad, algo que parecía fundamental luego de que varios de los amigos
del argentino se fueran la pasada temporada como Cesc Fábregas y Manuel Pinto.
Messi logró reinventarse tras el desgaste que
representó un Mundial en el que no le fue nada mal, pero que no pudo terminar
como soñaba, porque acabó privilegiando el juego del equipo al suyo propio, y
ese esquema táctico no era el que le servía a sus fines creativos.
En el Barcelona comenzó la temporada como coletazo
de la anterior, pero ya desde 2015 se vio una versión mucho más mejorada, que
no alcanza la de aquellos años brillantes hasta 2013, pero que sí es muy buena
y en todo caso, mucho mejor que la del resto de jugadores del planeta, como
para ser un claro aspirante a ganar por quinta vez el Balón de Oro de la FIFA.
Una buena dieta con un gran profesional italiano,
recomendado por su compatriota Martín Demichelis, y su cabeza limpia tras todo
los ajetreos del Mundial, fueron despejando los caminos y Messi, junto al
Barcelona, acabó ganando nada menos que el triplete (Liga Española, Copa del
Rey y Chanpions League) y tendrá la posibilidad de la Supercopa de Europa ante
el Sevilla, la Supercopa de España y el Mundial de Clubes de Japón, todo en
2015.
En cuanto a Luis Enrique, hay que rescatar que supo
aceptar que el plantel necesitaba cambios profundos, desde acabar con los
balonazos largos sin destino, o los centros aéreos para ningún cabeceador, al
juego preciso y triangulado, y una defensa firme.
De a poco fue cediendo también a los climas en el
vestuario, gracias especialmente a los veteranos como Xavi e Iniesta y sus
consejos en los peores momentos de la temporada.
Este Barcelona, aún jugando un fútbol bello por momentos,
no alcanzó aquella brillantez de unos años atrás, y en buena parte se debe a
que se consolidó como equipo más efectivo, más vertical, sin desdeñar cierta
horizontalidad residual.
Iniesta, que no tuvo una gran temporada, la terminó
mejor de lo que la inició y Xavi, otro de los jugadores emblemáticos del club y
de este tiempo, tuvo menos continuidad aunque deja la entidad de la mejor forma
posible para irse a Qatar y seguramente ya regresar como entrenador en tres
años.
La final de Berlín ante la Juventus, pese a la
enorme importancia que tenía, no fue más que otro eslabón, el último, de la
temporada.
Se sabía que pese a ganar el Doblete en Italia, la
Juventus podía oponer resistencia por la cantidad de cracks que albergaba y fue
lo que ocurrió, pero este Barcelona, en un buen día, no puede ser superado.
Apenas unos minutos en el segundo tiempo generaron
cierta duda, cuando empató Morata y el envión anímico llevó a los italianos
hacia adelante, pero bastó que llegara el 2-1 para que la sensación fuera que
todo estaba terminado.
Así de claro, aunque enfrente estuvieran Buffon,
Pirlo, Tévez, Pobga o Evra. No podía alcanzar porque el Barcelona no depende de
otros, sino de sí mismo, de lo que hagan los suyos.
Y desde hacía meses, el Barça había aprendido de sus
errores y fue convencido también a la final.
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