DESDE LA SERENA, CHILE
En sucesivas charlas, comentarios y conferencias de prensa durante los partidos amistosos que desde hace casi un año jugaba la selección argentina, el director técnico, Gerardo “Tata” Martino, vino insistiendo en un concepto fundamental pàra su trabajo y el esquema táctico: el retroceso.
Si lo que se pretende (y loable que así sea luego de
años con un trabajo muy respetable de Alejandro Sabella, pero de otras
características) es tener un gran porcentaje de posesión de pelota para no
tener que depender de lo que haga el rival, el concepto de retroceso es
importantísimo porque es muy difícil, por más precisión que se tenga, que no
haya errores en el último pase o aún más, en algún pase intermedio en la escala
hacia la red adversaria.
Es allí, en ese punto específico, que tanta gente
volcada al ataque, acostumbrada a administrar la pelota, debe concentrarse para
recuperarla, para no tener que sufrir luego contragolpes con el equipo de
espaldas y en muchas ocasiones abierto.
Sin la colaboración, entonces, de los que quedan por
detrás de la línea de la recuperación rival, cuando ya encara hacia el arco
argentino, la situación se puede llegar a complicar mucho, porque es muy
posible que el equipo argentino pueda quedar en inferioridad numérica, y
descolocado, tal vez con algún jugador en una posición intermedia.
Por eso es que Martino viene proponiendo una marca
escalonada desde los delanteros propios y los volantes ofensivos, para que
colaboren con el resto de los que presionan (los que vienen de atrás hacia
adelante, en posiciones “normales”), como para que la pelota no salga de esa
zona, y permita la recuperación pronta y la inmediata vuelta a la administración
para retomar el ataque.
Entonces, si esos delanteros o volantes ofensivos o
carrileros, dependiendo del caso, no colaboran lo suficiente en ese
escalonamiento, si no ayudan para recuperar la pelota (que no es lo mismo que
quitarla, sino pensar en volver a administrarla a favor del equipo), todo se va
a complicar y puede suceder lo del sábado ante Paraguay, que es muy raro en el
fútbol del siglo XXI: que ganando 2-0, el que va en ventaja (es decir, en este
caso, Argentina) deje tantos espacios para que el rival llegue con muchos
jugadores y genere situaciones de peligro frente al arco de Sergio Romero.
Esto ocurrió porque en la selección argentina del
sábado hubo jugadores que por distintas razones (llámense físicas, anímicas,
ambas) no se plegaron con la misma convicción a ese escalonamiento al que
convoca Martino, a generar equilibrio en lo que el director técnico llama “retroceso”.
Por lo menos, hemos observado desde nuestro pupitre
en el estadio La Portada, que dos jugadores, Ever Banega y Javier Pastore, no
trabajaron coordinadamente con el resto en la premisa de Martino. Demasiado
lujo para estos tiempos y más, con la muy buena idea filosófica general sobre
el juego albiceleste con la que se parte.
Claro que la selección argentina no jugó sola.
Enfrente hubo un equipo paraguayo muy cambiante, que no generó nada en el
primer tiempo, con jugadores muy veteranos y de poca movilidad, que no
significaron un problema.
Sin embargo, Ramón Díaz, el labrunesco entrenador
argentino de la selección paraguaya, siempre supo leer bien el fútbol. No es
una novedad. No descubrimos nada. Dirige hace veinte años y no es casual que
haya ganado tantos títulos de equipos.
Díaz hizo bien los tres cambios. Apostó a una mayor
frescura en el segundo tiempo con el ingreso de Derlis González (que se salvó
por poco de la expulsión), Néstor Benítez y el argentino nacionalizado Lucas
Barrios, y cuando consiguió descontar por el bombazo del interminable Haedo
Valdez, el equipo entendió que empatar no era una quimera y profundizó la
presión ante el quedo mencionado de varios jugadores argentinos.
No sólo el empate de Barrios no fue casualidad sino
que dejó la sensación de que si el partido seguía un poco más, hasta pudo
haberlo perdido la selección argentina, que también tuvo varias ocasiones de
gol que desperdició o que tapó el arquero Silva.
Martino no debe quedarse con el inesperado
resultado, aunque es cierto que la Copa América es un torneo corto que no da
demasiadas chances de revancha, sino que la mira debería tenerla puesta en esos
conceptos que para él son fundamentales y que fueron claves en el partido del
sábado.
Es cierto que, como bien dijo el propio director
técnico, el retroceso necesita de muchos días de trabajo y que sólo se
consiguen éstos en tiempos de torneos largos como la Copa América o un Mundial,
pero si el camino es éste, no hay opción.
Ahora, Uruguay aparece como un rival de cuidado para
mañana en La Portada porque un empate deja a la selección argentina en una
situación complicada pensando en los cuartos de final en un grupo en el que
ganarlo, significa rivales mucho más accesibles y en cambio ser segundos,
además de cambiar de sede (Viña del Mar por Concepción) implica jugar contra el
ganador del Grupo C, que pueden ser Colombia o Brasil.
El pecado, como bien dijo Martino, es no haber
aprovechado una diferencia de dos goles y en una inmejorable situación, por
poder manejar el marcador y los espacios, y por el poder de fuego de los
atacantes.
Es una lección como para aprender rápidamente, pasar
página y profundizar en conceptos, o cambiar jugadores si hace falta.
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