DESDE SANTIAGO DE CHILE
A los 28 años, que cumple hoy, Lionel Messi está
lejos de ser un jugador en baja. Al
contrario, lo que para otros futbolistas implica una edad intermedia en este
deporte profesional, para el genio del Barcelona y la selección argentina
significa ir por los desafíos que aún le quedan en su brillantísima carrera.
Es cierto que le falta lo más anhelado para un
jugador, como es ganar un Mundial, habiendo jugado ya tres, pero este tipo de
logros no se consiguen solos sino que necesitan de la ayuda de un colectivo en
todo sentido: en compañeros que estén a tono con su nivel y en organización del
equipo desde adentro y desde afuera.
En lo que respecta a títulos oficiales, Messi tiene
ya una impresionante colección, especialmente de Champions Leagues, Ligas
Españolas y Balones de Oro de la FIFA, en el que va camino de su quinto en
enero, cuando nadie en la historia consiguió cuatro.
Pero aunque parezca imposible de creer, referirse a
los títulos o los récords de toda clase de Messi implica un análisis demasiado
parcial porque lo que más ha importado siempre es su juego, su magia para
simplificar lo difícil, a veces lo imposible.
Porque sí que hay cambios en su manera de jugar,
aunque su base siempre sea la misma, la natural, la que trae desde la cuna (por
más que se siga debatiendo cuánta fue la influencia de La Masía del Barcelona).
Este Messi es más inteligente, necesita menos del esfuerzo de correr porque
sabe graduarlo, administra mejor su cuerpo para bloquear las faltas duras, y se
somete menos al roce con quienes no debe.
En el gran libro “Messi” de Guillem Balagué, se
cuenta cómo fue la evolución del crack rosarino desde el chico tímido y
adolescente que llegó al Barcelona a principios del siglo XXI y que varias
categorías se lo disputaban cada lunes pensando en el fin de semana siguiente
para sacar puntos que se necesitaban (parece que en el Barcelona también
interesa más ganar que formar), o el que un día en la Primera se encontró con
la bandeja del autoservicio llena, y sin saber para qué mesa ir cuando
Ronaldinho, una especie de segundo padre posterior, lo adoptó enseguida junto a
los compañeros brasileños.
O cuando su madre Celia y su hermana Sol decidieron
regresar a Rosario por la falta de adaptación de la chica al colegio catalán y
se quedó viviendo con su padre Jorge, porque estaba determinado a triunfar en
los azulgranas, aunque se encerrara a llorar en silencio en su cuarto o se mal
alimentara con alfajores y gaseosas o con milanesa con papas fritas de un
restaurante argentino de Castelldelfels hasta que un día Pepo Guardiola se dio
cuenta y le cambió la dieta para siempre.
Aquel chiquito de corte de flequillo, calladito, ya
no es este muchacho padre de Thiago y a poco de tener su segundo hijo con su
novia rosarina Antonella Roccuzzo, porque ya tiene otras preocupaciones, porque
no necesita del reconocimiento porque ya sabe que lo tiene, y tampoco siente
que deba competir con Cristiano Ronaldo cada fin de semana, como antes, si bien
los medios creen que sí.
Si antes el portugués metía un triplete, Messi
sentía que debía alcanzarlo o superarlo, pero hoy es capaz de jugar de
asistente, de “Bochini”, si hace falta. Messi compite solamente con él mismo.
Por eso, en este sentido, es más un atleta en filosofía, que un futbolista,
aunque lo suyo con la pelota sea arte y como dijo magistralmente el uruguayo
Eduardo Galeano, el balón es apenas una
prolongación de su pie. No es que lo lleva atado.
Messi aprendió a ser escuchado en los vestuarios cuando
antes era de los que les tocaba poner la oreja en silencio y más de una vez
pagó por eso (incluso, en Mundiales), pero ya es subcapitán del Barcelona y el
que lleva la voz cantante en la selección argentina, lejos de aquella arenga
que tenía que dar en Sudáfrica 2010 el día que fue capitán y como no le salió
nada, fue su compañero de cuarto, Juan Sebastián Verón, el que tuvo que hablar
para un “vamos, carajo” del rosarino en el final antes de saltar al campo de
juego.
Este Messi está demasiado lejos de aquel. Más
maduro, más pensante, más de equipo, capaz de llamar a cualquier compañero para
brindarle apoyo o preguntarle algo, o de compartir premios propios con sus
compañeros de turno.
Buen deportista, jamás resalta sus virtudes (que le
sobran) sino las del equipo, y aparece cuando juega y se difumina cuando
festeja con los compañeros. De hecho, cuesta verlo en las fotos entre los
rostros de felicidad porque lo suyo pasa por el verde césped y luego, por su
casa y su intimidad, lejos de las luces.
Este cronista lo entrevistó hace años por primera
vez, cuando era muy jovencito, y para romper el hielo le preguntó de qué
jugaba, cuál era el puesto de su gusto. La respuesta no tardó en llegar, con la
misma seguridad con la que dijo casi en tono de queja que ya no jugaba más a la
playstation: “De 10, aunque ya hace años que me ponen de 7 y me acostumbré,
pero yo soy 10”.
Y sigue siendo 10, aunque otra vez haya vuelto a
empezar de 7, después de años del invento de “falso 9” y tiende a pararse a
veces de 8, un poco más hacia adentro para que pase Dani Alves por el costado.
Da igual. Messi es Messi y la pregunta es si podrá llegar el día en el que gane
un título mundial y acabe de apagar los pequeños incendios de polémicas
inútiles hacia el mejor jugador del mundo.
Messi es un caso especial porque no ha tenido nunca
en la Argentina una hinchada propia por haberse formado afuera. Alguien dijo
una vez con acierto que Leo es como el hijo que un día nos enteramos que
teníamos cuando ya había pasado su adolescencia y al que tenemos que empezar a
querer y a que nos quiera, algo que lleva su tiempo.
Pero va ganando cada batalla porque es imposible no
reconocer ese increíble talento para jugar al fútbol.
Este cumpleaños 28 encuentra a Messi disputando los
cuartos de final de la Copa América de Chile. Acaso sea el momento de empezar a
terminar con una historia en la selección y comenzar otra en cuanto a títulos,
pero los gane o no, ni siquiera eso puede teñir su campaña que será recordada
por siempre.
Y a los 28 años, tiene vida útil como futbolista por
lo menos ocho temporadas más, y si se cuida como hasta ahora, vaya uno a saber
si no será más tiempo, hasta que acabe jugando, tal vez, de 5 o de 8 en
Newell’s Old Boys por el torneo argentino.
Niño u hombre, Messi es un futbolista genial de 28
años. El mejor regalo nos lo da cada vez que sale a la cancha. Y el mejor obsequio hacia él es comprender que
no juega solo, y ser agradecidos, como seguidores del fútbol, por todo lo que
nos da y por todo el hilo que le queda en el carretel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario