Desde Moscú
Hace pocos meses concurrimos con mi esposa a un
stand-up en el Paseo La Plaza, en el centro de Buenos Aires, en el que actuaba
un muchacho italiano que hace años vive en la Argentina. Nos hizo reir mucho
contando sus sensaciones de estar rodeado de argentinos y sus características
pero hubo una saliente que nos sorprendió: la tendencia a minimizar los
riesgos, a creer que nunca puede pasar algo negativo, a arriesgar más de lo
necesario confiando en nuestra capacidad “innata” y que “naturalmente” va a
aflorar el talento.
La frase que comentó que más se usa en la Argentina
es la de “no pasa nada”. Se puede subir a una moto sin casco porque “no pasa
nada”, o se puede hacer un asado con un fuego que no es el que corresponde
porque “no pasa nada”, o se puede albergar al triple de lo permitido de gente
en un boliche porque “no pasa nada”, o se suele jugar en estadios no
autorizados porque tampoco “pasa nada”.
La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) lleva décadas
con este lema del “no pasa nada” (sumada al de "Todo pasa", que no deja de ser similar) pero esto se exacerbó desde la muerte de Julio
Grondona a mediados de 2014. Desde entonces, distintos intereses tratan de
conseguir el poder que antes era un unicato, y esa puja no era vivida por el
fútbol nacional desde mediados de los años setenta, es decir, hace demasiado
tiempo. Hubo que adaptarse a la situación.
En ese interín, la selección argentina ya contaba en
sus filas con Lionel Messi, el mejor jugador del mundo, autor ahora de más de
mil goles, 32 títulos con el Barcelona, pero que no pudo ser aprovechado porque
los dirigentes, evidentemente, están en otras cosas y tampoco tienen una mínima
capacidad, ya no de ganar campeonatos, sino tampoco de aprovechar como se debe
a una estrella de esta magnitud, y de llegada planetaria.
Es que el fútbol argentino no puede ser una isla.
Está inmerso en el contexto de un país que tiene todos los
recursos para alimentar a cinco veces la cantidad de habitantes que posee, y
sin embargo un tercio de ellos tiene dificultades o pasa hambre directamente.
La dilapidación de los recursos es habitual y se
debe a una incapacidad dirigencial recurrente y de esos dirigentes también se
nutre el fútbol y cada sector que llega, quiere imponer lo suyo, sin importar
jamás lo institucional, algo que en la Argentina nunca importó demasiado.
Así es que por momentos, y gracias a ese talento
innato de los argentinos, pese al desastre de una AFA que no pudo siquiera
organizar una elección presidencial televisada a todo el territorio porque
entre 75 votantes, los comicios finalizaron 38-38, la selección argentina llegó
a tres finales seguidas y sin embargo no pudo ganar ninguna.
En la mayoría de países europeos, llegar a tres
finales habría significado tratar de trabajar en profundizar lo ya conseguido
porque pareciera que se está en el camino correcto, pero la Argentina es una
trituradora, una máquina resultadista que se frustra ante cualquier traspié, y
los dirigentes optan por la más fácil: hacer saltar el fusible más sencillo, porque
los jugadores son muchos y el director técnico, uno solo.
La figura del director técnico fue descubierta por
los dirigentes argentinos en el Mundial de Suiza 1954, cuando fueron de
observadores y entendieron que esa función fue inventada por la misma razón que
la del primer ministro: si cae alguien, que no sea el mandamás, si no, quien tenga una responsabilidad inmediatamente inferior, como en este caso sería
el presidente, y si antes en las derrotas los hinchas rompían sus carnets y
pedían a gritos la renuncia “de toda la comisión”, ahora el fútbol encontró su
“primer ministro” en el DT.
Por eso es que para estos dirigentes sin demasiadas
ideas en los bolsillos, y ante la presión histórica de clasificarse para el
Mundial, lo más fácil fue no darle respaldo a Gerardo Martino cuando llegaron
los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 (negándole sus jugadores en un acto
egoísta y patético), luego, al “normalizarse” la AFA, decidieron apartar a
Edgardo Bauza con la excusa del cambio de mando, y trajeron a Jorge Sampaoli,
DT pedido por los jugadores de mayor peso, aunque esto significara tratar de
negociar el pago de la primera cláusula impuesta por el Sevilla para su
liberación (8 millones de euros en 2016) y se esperó entonces hasta 2017 para
bajar esa paga al millón.
Sin embargo, los dirigentes no pensaron en nada más.
No hubo nunca un proyecto, no pensaron en cómo resolver la cuestión de la
imagen con Messi en su plantel, ni qué estilo de juego pretendían paran el
equipo, ni cómo sería la relación, ya quebrada, con una sociedad que miraba a
cada jugador de reojo por reacciones “antisociales” como no saludar en cada
lugar, mantenerse distantes, sólo hablar con la TV por intereses económicos o,
al mismo tiempo, desinterés por todo lo que no sea negocio.
Los dirigentes, entonces, optaron por el “no pasa
nada” argentino en tiempos de la dictadura de los jugadores de mayor peso en el
equipo nacional, que llevaban una década integrando el equipo, contra un
entrenador que llegaba con su cuerpo técnico y que optó por el camino de irse congraciando con los jugadores concediéndoles todo o casi. Aparecieron los
asados en casas europeas y el show de mostrar que se trabajaba, como si en
casos anteriores de otros cuerpos técnicos eso no hubiese existido, aunque sin
necesidad de alharaca alguna.
Como ocurrió con todos los ciclos anteriores desde
que terminó el Mundial de Sudáfrica 2010 y llegó Sergio Batista al cargo de
entrenador, perdido enseguida por la eliminación de la Copa América de local en
2011, los jugadores se adueñaron de todo. En los tres años de Alejandro
Sabella, éste consiguió un respeto reverencial aunque sí tuvo que aceptar la
tachadura de Carlos Tévez.
Pero ya más adelante, los hechos comenzaron a
complicarse y la eclosión llegó con Sampaoli en 2017. El DT llegó con una idea
de un 3-2-2-3 muy interesante e innovadora, con la idea de tener mucho la
pelota, jugar por abajo, y con un equipo, por fin, equilibrado. Tres
defensores, dos volantes centrales, uno más de marca y el otro, de salida, una
línea más adelantada de dos (pensada para Lionel Messi y Paulo Dybala) por
detrás de dos extremos y un nueve.
Sin embargo, la idea del DT no sólo se fue
modificando en lo táctico, con los
jugadores cantándole reiteradamente “Vamos a ser felices con línea de cuatro”,
a tono con la moda, y del 3-2-2-3 el eje se corrió a un extraño 4-4-2 que nada
tuvo que ver con el inicio, y con jugadores que no saludan ni hablan con la
prensa porque no se les da la gana y “no pasa nada”.
Entonces, estos cambios de táctica aún con
reiterados viajes a Europa aceptados por un falso-progresismo que ahora olvida
todo lo que sostuvo en aquel tiempo de ilusiones y humos de asados lejanos,
cuando la selección argentina era “los carasucias de Sampaoli”, fueron llevando
a que peligrara gravemente la clasificación al Mundial, conseguida in extremis
en la última fecha y ante los suplentes de Ecuador, en Quito, porque los
titulares, ya eliminados, no fueron
convocados. Y aún así, tuvo que aparecer Messi con toda su genialidad
para salvar una vez más a un equipo desorientado.
No se aprendió la lección. Quedaban meses para el
Mundial pero todo siguió igual o peor. En un amistoso de noviembre de 2017,
Nigeria metió cuatro goles en 20 minutos…pero “no pasa nada, che…¿no ves que no
jugó Messi?”. En marzo de 2018, se le ganó a Italia y eso ya desató cierta
euforia nuevamente con el tachín tachín del falso progresismo nacional, pero a
los pocos días llegaron otros seis de España en el Wanda Metropolitano…pero “no
pasa nada” y ya se iba a revertir cuando Messi se pusiera en condiciones.
Sin embargo, llegó una lista de 23 jugadores con
enormes falencias, sin un “cinco” de garantías en la marca y tampoco “pasó
nada”, y casi no entra Paulo Dybala, que siendo una estrella en la Juventus y
que decidió casi todos los partidos finales de la temporada del equipo
italiano, no contó casi nunca para el DT, pero “no pasa nada” porque igual está
Mauel Lanzini, y si se lesiona está Maxi Meza.
Y si todos los seleccionados, buenos, regulares y
malos jugaron amistosos aquí, allá y en todas partes, el equipo argentino
apenas si se movía en Barcelona, sin ocupar las ventanas FIFA cuando era uno de
los pocos o acaso el único que había cambiado tres DT en tres años y necesitaba
cortar camino, pero lo agrandaba porque igual “no pasa nada” y da lo mismo
jugar ante un rival fuerte que entrenarse en soledad.
Bueno…entrenarse, lo que se dice entrenarse….a
veces. Pero “no pasa nada” porque los jugadores a esta altura saben lo que hay
que hacer cerca de un Mundial. Justamente “Los jugadores”, es el término distante que
utilizaba el desesperado DT, que a esa altura ya sólo esperaba que todo pasara
lo más rápido posible para acabar con un stress que no le permitía siquiera
dormir bien por las noches.
Y si se lesiona Lanzini…bueno, llega Enzo Pérez, con
experiencia, más allá de que se encontraba (lógico) de vacaciones en Río de
Janeiro, pero al segundo partido del Mundial ya estaba jugando cuando se supone
que debería ponerse en el nivel del resto, que se supone que por algo integró
la lista definitiva. Pero no, “no pasa nada”, Pérez puede jugar sin tanta
puesta a punto.
Tampoco “paspo nada” cuando en la cómoda estadía en
Barcelona, la AFA tuvo en un mismo día un contrapunto con El Vaticano, en una
confusa desinteligencia acerca de una recepción al plantel del Papa Francisco,
y con Israel al cancelar un partido a dos días de jugarlo (¿recibió o no
recibió parte del cachet por adelantado?) por presión de algunos grupos
pro-palestinos que en una multitudinaria cifra de diez personas, replicadas en las rededs sociales, se acercó con
algunas banderas a la puerta del hotel y hasta quemó otras en alguna
manifestación. Como respuesta, el presidente de la AFA, Claudio Tapia,
asesorado vaya a saberse por quién, sostuvo en una rueda de prensa de cuatro
minutos y sin preguntas y sin presencia de prensa internacional que con este
acto de no viajar a jugar en Jerusalén, su entidad contribuía “a la paz
Mundial”. Pero “no pasa nada”, qué importa lo que hayan dicho “El País”, “Der
Spiegel”, “Star”, “France Football”, “Mundo Deportivo” o “Marca”. “No pasa
nada”.
Y la suma de los “No pasa nada” terminan en que,
lamentablemente sí pasa. Esta eliminación con tan pobre imagen, con una
desastrosa preparación, con los jugadores queriendo imponer su propio sistema,
alejados del público y de gran parte de la prensa seria (no nos referimos a la
del show mediático, otro mundo), y con esta AFA vacía de ideas y contenidos,
termina, una vez más, como terminó.
Una pena futbolera. Pero lo lógico desde el sentido
común. No es que “no pasa nada”. Pasa….y seguirá pasando, aunque se siga
andando en moto sin casco, y los accidentes aumentan, aunque se sigan llegando
boliches más de la cuenta y llegan los Cromagnones cotidianos….y aunque se crea
que se ganará aunque no haya una base, porque la naturaleza proveerá.
Sí, pasa.