Desde Nizhny Novgorod
Al final, este partido ante Croacia por la segunda
fecha del Grupo D del Mundial, con una derrota tan lapidaria para la selección
argentina, será recordado por mucho tiempo porque quedará marcado en un lugar
importante en la lista negra del fútbol nacional.
Como un final cantado a tantos desatinos,
especialmente desde la muerte de Julio Grondona en 2014, cuando el fútbol
argentino perdió el norte y entró en un agujero negro, todo explotó en 45
minutos, los del segundo tiempo, porque el equipo argentino se derrumbó como un
castillo de naipes ante el primer error garrafal, cuando Willy Caballero quiso
despejar otra de las tantas pelotas que zozobraron en sus pies sin tanta mala
fortuna anterior, y Ante Rabic aprovechó la ocasión para meter una volea en la
red.
Desde ese instante, se precipitaron los hechos como
si fueran parte de un tratado de psicología del deporte y aunque no le guste a
Sergio Agüero, quien en la zona mixta le dijo a la TV que el director técnico
“diga lo que quiera”, Jorge Sampaoli lo desgranó en la conferencia de prensa
posterior, cuando manifestó que no le puede encontrar la vuelta sobre por qué
todo se cae ante la primera adversidad y desde hace tiempo pero eso sí,
contradictorio al fin, no acepta profesionales del tema en su plantel.
La selección argentina vivió ante Croacia, un equipo
ordenado, bien trabajado por su entrenador Zlatko Dalic, una pesadilla lógica
entre los que necesitan cincuenta pases (de los cuales 45 son para atrás o los
costados) contra los que resuelven a un solo toque, como Luka Modric, el crack
del Real Madrid. O entre los que revientan a cualquier parte porque la pelota
les quema en sus pies, y los que miran hacia donde rechazan, para ver si hay
algún compañero que pueda recibir sin ser marcado.
Se trató de un partido en el que un equipo
(Argentina) tenía que salir a ganar porque estaba dos puntos debajo de su
rival, pero nunca supo cómo resolver porque en este caso, entre tantas pruebas
de laboratorio en un año de Sampaoli, el entrenador resolvió jugar con una
línea de tres compuesta por jugadores que jamás participaron juntos del
procedimiento, dos laterales-volantes que no sumaron ni en ataque ni en
defensa, dejó solo una vez más a un insípido Lionel Messi, quien fue en
realidad “Messing”, y en vez de colocar a Cristian Pavón para tener más
profundidad y ayudar a Sergio Agüero, dejó completamente solo y aislado al
goleador del Manchester City.
Aún así, y con todos los insultos que bajaban de las
tribunas a Sampaoli, cuyo plan no funcionó (una vez más), endilgarle esta
“casi” eliminación en primera rueda del Mundial al director técnico aparece
excesivo. Que tiene su cuota parte de responsabilidad, no cabe duda, por mil
razones que podríamos citar (escribiremos algunas) pero no hay que olvidarse en
este momento del 38-38 para la elección de presidente de la AFA, ni de los tres
cambios de entrenador en cuatro años (De Alejandro Sabella a Gerardo Martino,
de Martino a Edgardo Bauza y de Bauza a Sampaoli), ni de la falta de partidos
amistosos en fechas FIFA, ni de las “minivacaciones” de Barcelona cuando todos
se entrenaban a full y practicaban pensando en la Copa del Mundo, ni en que los
jugadores tuvieron que pagarse pasajes de avión o costearse parte de las
preparaciones para distintos torneos, ni la intervención de la FIFA y la
Conmebol a la AFA en 2016, ni el casting para el sub-20 con 44 candidaturas
para que no ganara ninguna y sí la de Claudio Ubeda que no se había presentado,
ni que no hay casi aportes de los juveniles a la selección mayor en los últimos
once años.
Con esto se quiere recordar que Sampaoli es parte de
un engranaje mucho mayor, en el que ocupa un lugar importante, sí, pero para
nada único, y en todo caso, hay atrás una institución, la AFA, que es la que
generó las condiciones para estas situaciones.
El fútbol argentino sigue tocando fondo. Ya lo hizo
cuando tras el Mundial de México 1986 y la irrupción del monopolio televisivo,
impuso un discurso conservador, un
modelo de negocios en el que sólo importaba ganar, a cualquier precio, sin
siquiera tener competencia para otras voces, que quedaron con escaso poder de
llegada, batallando desde donde pudieron.
Y un buen ejemplo de esto es que ni aún a punto de
quedar afuera de un Mundial, el sueño más preciado, se puede romper el nefasto
“doble cinco” que justifica casi todo, cuando es algo elemental que hace
cualquier director técnico de un equipo de primera fase de Champions League o
de Europa League cuando el resultado de su equipo es negativo, para apostar por
un planteo más ofensivo.
Pero es tanta la tensión que se vive en el plantel
argentino, con la mochila de las finales perdidas y con la enorme distancia que
se fue generando con la gente a partir de su desinterés por todo lo que les
rodea, a excepción de familia y amigos, que cada gol en contra es un terremoto
y da lugar a situaciones irrecuperables.
El propio Sampaoli sostiene en conferencia de prensa
que “el proyecto salió mal”, para luego corregir que se refería al “partido”,
otra perla para el manual de psicología, como parte de la enciclopedia de los
despropósitos nacionales del fútbol, y cuando tampoco se supo nunca en qué
consistía ese “proyecto” cuando la idea inicial (plausible, romántica) del
3-2-2-3 dio lugar a un inexplicable 4-2-3-1 y ya en el final del partido con
Croacia fue, simplemente, “a la carga Barracas” o “Todos a una”, cuya respuesta
fue el aumento del marcador de un equipo tranquilo, ordenado y con ideas
claras.
Y lo más increíble es que al menos hasta hoy, hay
algún resquicio de chance de clasificación, lo cual ya entraría en otra
enciclopedia, visto lo visto en estos años: la de los milagros nacionales. Tal
vez haga fuerza el Brujo Manuel y ayude a este equipo desvalido en lo
futbolístico y lo anímico.
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