Desde Moscú
No puede hablarse de sorpresa en el debut
mundialista de la selección argentina. Porque, de fondo, hizo lo mismo que
viene generando desde hace años: tratar de sacar el partido de la mejor manera
posible sin una estructura atrás, sin una idea madre, sin un juego al servicio
del mejor jugador del mundo, Lionel Messi, que de esta forma, al ver que nada
cambia, también se fue deshilachando,
hasta apagarse del todo una vez que desperdició una de las pocas chances
concretas, el penal que ni siquiera fue y que el árbitro polaco Marciniak
cobró.
No es una idea nuestra sino robada al gran colega
Octavio Palazzo, siempre con una mirada distinta: el mayor fracaso de esta
selección argentina no será, de ninguna manera, volverse a casa al terminar la
fase de grupos o los octavos de final. El mayor fracaso del fútbol argentino
estuvo en las opciones para elegir a los componentes de la lista de 23
definitiva para el Mundial.
Un fútbol como el argentino que hace 40 años tenía
en sus filas a Mario Kempes, a Daniel Valencia, a Julio Villa y a Norberto
Alonso, y se quedaron afuera dos integrantes de la previa lista de 40, unos
tales Diego Maradona y Ricardo Bochini, ahora se agarra los pelos porque se
lesionó Manuel Lanzini y no se encontraba un reemplazante que terminó siendo
Maxi Meza.
Así las cosas, Argentina –como reconoció el propio
Jorge Sampaoli en la conferencia de prensa previa al partido debut- es lo que
puede ser y no lo que su propio director técnico, hace apenas un año, imaginó
que iba a ser. De aquel 3-2-2-3 con el que soñó, a este insípido 4-2-3-1 que
impusieron los jugadores de mayor peso en el equipo, en apenas meses, y con los
resultados a la vista.
No hay manera de quejarse de Islandia. Hizo lo que
previsiblemente haría. Meterse atrás con gente alta, sacar partido del físico,
ganar en el juego aéreo, sacar fuerte los laterales ofensivos y pelotazos altos
desde el arco apelando a algún fallo defensivo rival que funcionara como regalo
(casi se le da a Alfred Finbogason cuando Rojo no calculó bien en el salto y le
dio desviado), y mantener, en lo posible, el resultado.
Sin embargo,. Todo ese plan parecía fracasar cuando
a los 19 minutos, Sergio Agüero encontró una pelota en el punto del penal y la
colocó arriba, lejos del buen arquero Halldorsson, un gigante de 1,93 metro que
se mostró seguro de arriba y de abajo.
Pero la selección argentina ni siquiera supo
mantener un resultado a favor y tres minutos más tarde, otra vez Finbogason
aprovechó una de las tantas desinteligencias argentinas para empatar el partido
y de allí en más los europeos se cerraron y los de Sampaoli entraron en la
depresión habitual.
Y aquí hacemos un punto para irnos a la noche
anterior, y tomar el caso de España, en su debut ante Portugal. ¿Hay acaso algo
peor que comenzar el Mundial perdiendo a los 2 minutos, con Cristiano Ronaldo
enfrente y tras lo ocurrido con Julen Lopetegui? Sin embargo, la selección
española tiene de donde agarrarse, entre el carácter de muchos de sus jugadores
aunque más que eso, de una estructura de más de una década que le permite
aferrarse a una idea de juego cuando las cosas no funcionan o las papas queman.
Argentina no tiene esa idea, ni muchos ejecutantes y
es más, mantiene la sensación de tantos años de un dejá vu cuando comienza el
partido y ya se ve a Lionel Messi bajando casi a la posición de “cinco”
adelantado para tener contacto con la pelota ante la falta de asistentes,
mientras su equipo sale con cuatro defensores y doble cinco defensivo, es
decir, siete (tomando en cuenta al arquero Willy Caballero) jugadores detrás de
la pelota ante…Islandia.
Nada nuevo comparado con Brasil 2014 en el debut del
Maracaná ante Bosnia, cuando Alejandro Sabella dispuso una línea de cinco
defensores para marcar solamente a Edin Dzeko. O sea, nada nuevo otra vez
aunque habrá que ver si Messi se vuelve a rebelar y a protestar por este
esquema de ahora. No parece que vaya a ocurrir.
De este equipo argentino no se entienden varias
cosas, más allá de sus limitaciones. Como por ejemplo por qué tanta gente atrás
ante un equipo que vino a buscar el empate y jugó rezagado, de contra y a la
espera del error. O por qué Biglia y Mascherano juegan juntos cuando ambos son
carretas que se desplazan con enorme lentitud haciendo creer que la posesión de
pelota estuvo del lado albiceleste por el 78 por ciento que indican las
estadísticas cuando todos eran pases al costado.
O por qué juega un híbrido como Eduardo Salvio, ni
delantero ni defensor, para morir en la intrascendencia por derecha (una
película recontra anunciada) molestando a Maxi Meza en sus desplazamientos. O
por qué se tardó tanto en cambios cantados como el de Cristian Pavón, o por qué
ingresó Ever Banega, del que todo el país sabe que jamás modificará un
resultado y en todo caso, con algunas sutiles maniobras de cierta técnica
individual, no deja de ser parte de lo mismo.
O por qué Paulo Dybala no termina de ser el socio de
Messi y queda como tercera opción detrás de Manuel Lanzini y de Maxi Meza.
De,asiados “por qués” para tratar de explicar lo que
la mayoría intuía desde mucho antes, y el propio DT confirmó el día anterior al
debut: este equipo es el de Messi, no el suyo, y hace lo que puede y no lo que
él habría querido.
Y la consecuencia, entonces, no puede ser otra que
ésta, que lo que se ve, el producto de tantos años perdidos en el fútbol
argentino. Lo mismo de siempre, pero global.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo. Esto se veía venir desde hace meses. Una pena.
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