Desde San Petersburgo
Es tal la confusión reinante alrededor de la
selección argentina que ahora nos quieren hacer creer que el conflicto (más
allá del alcance real que tenga y de las exageraciones y venta de humo que
hubo) puede comenzar a solucionarse esta noche (tarde de la Argentina) ante
Nigeria por el mero hecho de que estarán presentes como titulares la mayoría de
los jugadores “históricos”.
En verdad, y más allá de la cualidad técnica que en
la mayoría de los casos no se discute, porque por algo juegan en la élite de
clubes europeos, no parece ser éste el momento para una prueba de carácter o
para demostrar nada, sino que la prioridad es conseguir el objetivo básico, que
es la clasificación a los octavos de final, y no otra cosa.
Y para conseguir ese objetivo, hay que ganarle a
Nigeria porque no sirve ni el empate, y para eso es necesario que entren a la
cancha los que mejor estén en ese momento, y si Franco Armani merece una oportunidad
(máxime ahora, tras el fallo garrafal de Wilfredo Caballero ante Croacia),
también creemos que Paulo Dybala no pudo haber venido a Rusia de paseo, y que
sería muy interesante que se aclarara lo ocurrido con Giovani Lo Celso o
Federico Fazio durante este Mundial, tras haber estado en todo el ciclo de
preparación integrando el once inicial.
Que tranquilamente se informe en la mayoría de los
medios que el equipo que sale a jugar esta noche ante Nigeria fue armado
consensuadamente entre el director técnico, Jorge Sampaoli, y un jugador de
campo, aunque más no sea el “jefecito” Javier Mascherano, con mucha experiencia
pero que sigue siendo (hasta donde sabemos, al menos) jugador del plantel, es
de una inusitada gravedad, pero que va a tono con aquella declaración del
entrenador antes de comenzar el torneo cuando manifestó que éste no es su
equipo sino “el de Lionel Messi”.
Messi puede llegar a ser el mejor jugador de la
historia (materia opinable), o para Sampaoli puede llegar a ser el mejor
jugador que dirigió en su vida, o, por lejos, el mejor jugador de todos en el
equipo nacional, pero quien toma las decisiones, quien traza los objetivos,
quien determina la línea quien, en términos estrictamente futboleros, “manda”,
es, sin dudas, el director técnico.
Y si ahora la desmentida sobre que Mascherano forma
parte del armado del equipo no es taxativa, determinante, se abre la puerta,
una vez más, a toda clase de especulaciones, como la de que los jugadores
participan de manera exagerada en una función que no les corresponde y al mismo
tiempo, están dando a entender que todo va contra natura, desde principio a
fin.
La selección argentina ha vivido otros episodios
complicados en la historia de los mundiales, y por lo tanto ni siquiera esto es
original. Por ejemplo, se repitió hasta el hartazgo que en Inglaterra 1966, el
dirigente Valentín Suárez le armaba el equipo al director técnico de entonces,
Juan Carlos Lorenzo, y en Alemania 1974, un trío conformado por Vladislao Cap,
José Varacka y Víctor Rodríguez ocupaba el banco y cada uno daba indicaciones
contrarias al mismo jugador.
Sin embargo, desde que finalizó ese Mundial y César
Luis Menotti se hizo cargo de la selección nacional, se ingresó en una especie
de círculo virtuoso que parecía encadenar, más allá de los nombres que ocuparon
los cargos, cierta coherencia, pero en los últimos años, se fue perdiendo hasta
desembocar en estos años de dislates continuados, que parecen hechos a
propósito para perder en lo deportivo y en el prestigio.
Ahora, parece que “dar la cara” es más importante
que elegir a los mejores para enfrentar a Nigeria en un partido crucial.
Tampoco se entiende la ausencia de Sergio Agüero a no ser por aquella dura
réplica del delantero del Manchester City a un periodista de TV que formuló
una “fake question” porque utilizó una frase que supuestamente había
manifestado minutos antes Sampaoli en la conferencia de prensa posterior a la
derrota con Croacia, y que finalmente era inexacto.
Todo puede ser en este equipo argentino que es una
caja de sorpresas, como que ahora varios jugadores (por supuesto que no los
históricos sino tipos con consciencia como Nahuel Guzmán) bajaran al lobby del
hotel para saludar a la gente, que vino a verlos desde muy lejos, desde los
lugares más recónditos del planeta.
Tal vez allí nos gustaría que los “históricos”
dieran la cara, y no tanto el salir a jugar de titulares acaso para un nuevo
“deja vu” y para que todo siga igual o parecido. Por supuesto que si salen a la
cancha vestidos con la camiseta argentina, se espera que rindan lo mejor que
puedan, pero nos habría gustado que apareciera por San Petersburgo el mejor
once que Argentina pudiera disponer y no la “mesa chica” de siempre en la
última década.
La duda parece estar entre Eduardo Salvio o Marcos
Rojo, de acuerdo a lo posicional de la defensa porque Gabriel Mercado (no
entendemos por qué, si puede jugar en funciones distintas) parece tener
asegurada una plaza, por lo que entonces depende de si Sampaoli (¿con o sin
Mascherano?) se inclina por Marcos Rojo como segundo central al lado de Nicolás
Otamendi, en cuyo caso Mercado iría de lateral derecho, o si se inclina por
Salvio de lateral, y en ese caso Mercado iría de central.
Preocupa que a esta altura no parezca estar claro
para Sampaoli el armado de la defensa ante un equipo nigeriano que podría
atacar con dos extremos muy rápidos y peligrosos.
Tampoco se entiende un mediocampo con triple cinco,
con Mascherano, Enzo Pérez y Ever Banega, que poca conexión parece tener con el
ataque de Lionel Messi, Gonzalo Higuaín y Ángel Di María.
Ya no hay tiempo para más. Las cartas se verán sobre
la mesa. Y más que “poner la cara”, es tiempo de ganarle a Nigeria para no
volver a casa. ¿Se podrá?
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