Desde San Petersburgo
Por suerte, el fútbol ofrece tantas veces la
posibilidad de redimirse. Y la selección argentina aprovechó muy bien su
oportunidad, aunque sufriendo y demasiado cerca del final del partido, pero
ganó bien porque fue el equipo que más lo buscó, y ahora, ya sin la pesada
mochila de la necesidad de no irse en medio del escándalo y en primera fase,
las cosas pueden ser muy distintas cuando el próximo sábado enfrente a Francia
en Kazán.
El equipo argentino siguió teniendo lagunas, pases
mal dados, algunos fallos graves en algunos ataques nigerianos (especialmente
en el segundo tiempo) pero lo que nadie puede negar es que la actitud para
jugar un partido decisivo fue la correcta y de hecho, el primer tiempo fue lo
mejor del Mundial.
La selección argentina salió al campo a devorarse a
Nigeria, a aprovechar la única bala de plata que tenía para aspirar a
clasificarse para octavos metiendo mucha presión en campo contrario, y
sorprendió que aunque efectivamente el director técnico alemán de los
africanos, Gernot Rohr, colocara otra vez dos puntas, casi no tuvieron
incidencia porque la pelota jamás les llegaba y en todo caso, si el partido no
tenía goles era solamente por la incapacidad albiceleste de concretar ese
dominio en la red adversaria.
De todos modos, el gol llegó relativamente pronto a
través de Messi y todo parecía controlado, tanto que hasta en el otro partido,
también Croacia empataba con Islandia y entonces reinaba la tranquilidad.
Sin embargo, al comenzar el segundo tiempo, el penal
que le otorgó el árbitro turco Cacir a Nigeria, por un innecesario empujón de
Javier Mascherano, determinó la angustia de los minutos siguientes y dio la
impresión de que esta generación iba a quedarse sin nada demasiado pronto.
Otra vez parecía que los cambios llegaban
alocadamente y producto de la urgencia. El de Cristian Pavón era cantado, pero
no tanto que lo fuera por Enzo Pérez porque eso rompió el mediocampo y ya
determinó un partido de peligrosa ida y vuelta ante una Nigeria con delanteros
veloces que, de hecho, perdieron un par de goles imposibles.
Se entendió menos el cambio de Maxi Meza por Ángel
Di María, porque creemos que Paulo Dybala le hubiera dado otra variante al
ataque y más creatividad, y además, porque en ese lugar, el jugador de
Independiente entró en un barullo poco habitual en él, y ya en el final,
Sampaoli hizo entrar a Sergio Agüero por Nicolás Tagliafico y en esos minutos
de desesperación, en los que el equipo argentino fue metiendo contra su arco al
nigeriano, ya el sistema era con 4-1-1-4, con Mascherano como púnico volante de
marca, Banega como asistidor, y Messi, Higuaín, Agüero y Meza como delanteros.
Cuando apenas faltaban cinco minutos, llegó el gol
desde el jugador menos esperado, Marcos Rojo, muy discutido por el público por
su baja actuación en el debut ante Islandia, y el desahogo fue total y la
clasificación, aunque tardía, apareció justo antes de que se bajara la cortina
para una generación extraña, que siempre estuvo cerca de los títulos pero que
ahora se iba por la puerta de atrás.
Ahora espera Francia, el sábado en Kazán, pero la
situación ya es otra. Un equipo argentino recompuesto anímicamente, ante un
rival muy complicado, pero potencia al fin, y por los octavos de final, ya
suena a un lugar que por historia, a la selección argentina le siente más
cómoda, más lógica.
Con algunas certezas, como la solidez de Franco
Armani, quien tapó la única que tenía que tapar, con Rojo seguramente crecido,
con Messi habiendo anotado un gol y con su familia ya en Rusia, y con una
victoria sufrida pero en el momento justo, tal vez pueda generar que las cosas
sean distintas de aquí en más.
No hay demasiado tiempo porque todo es muy
vertiginoso, pero al menos, la selección argentina, como diría el libro sobre
su director técnico, Jorge Sampaoli, no para y sigue. El show debe continuar.
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