lunes, 11 de junio de 2018

La semana trágica de la selección argentina (Jornada)



                                   
                                          Desde Moscú


“Che, saluden a la gente. Hay muchos que vienen especialmente para verlos, desde todo el país, desde el exterior, dejen los celulares y saluden por la ventana”, llegó a pedir un miembro del cuerpo técnico a los jugadores de la selección argentina.

El autobús conducía al equipo desde el hotel en una elegante zona de la avenida Diagonal hacia la Ciudad Deportiva del Fútbol Club Barcelona en San Joan Despí para uno de los tantos entrenamientos y sin que los jugadores hablen más que con aquellos medios con  los que hubo razones demasiado fuertes para hacerlo,  y aunque el jefe de Prensa buscara la forma de convencerlos de todos los modos posibles para que entiendan que hay otros tantos que necesitan dialogar con ellos, pero no hay caso.

Fue, acaso, la peor semana de la historia de la selección argentina, y si no llega a tanto, una de las más difíciles, comparable sólo con aquellos días que rodearon al doping positivo de Diego Maradona en Estados Unidos 1994, o la del 0-5 ante Colombia en el Monumental en setiembre de 1993.

Como si todo lo que toca la selección  argentina se transformara en energía negativa, cada día puede aparecer un conflicto nuevo, distinto, y que supera al anterior. A la confusa lesión de Sergio Romero, quien sigue argumentando que pudo recuperarse antes del debut ante Islandia, hasta la marginación del torneo por parte de Manuel Lanzini, quien cayó solo al piso, trabándose sin que nadie lo tocara y cuando ya le había sucedido algo parecido antes de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro dos años atrás.

A la confusión reinante acerca de por qué y cuándo se canceló la reunión prevista con el Papa Francisco (la AFA sostiene que un mes antes ya había advertido que tenía problemas de agenda ante Monseñor Turturro mientras que el martes pasado desde El Vaticano se twitteaba que al día siguiente la Selección sería recibida a las 15,30 y luego esa reunión se “desconvocó”), a la increíble situación en la que se vio envuelto el equipo nacional, en el medio del fuego cruzado del conflicto de Medio Oriente.

Si en Israel hubo errores políticos graves por parte de la ministra Miri Reguev, con apetencias personales para su carrera y por lo tanto, desesperada por sacar partido de la visita de Lionel Messi y compañía, al primer ministro Benjamín Netanyahu le servía para ser más trumpista que Donald Trump (quien subió los decibeles anunciando que Estados Unidos trasladará su embajada de Tel Aviv a Jerusalén desatando la ira de los países vecinos y de los movimientos pro-palestinos, aunque justo el día que la AFA canceló el partido, pospuso la decisión).

Lo que no se entiende del lado de la AFA, una vez más, es el porqué de la lentitud en la respuesta, aunque la explicación dada en apenas cuatro minutos por su presidente, Claudio “Chiqui” Tapia, es que la entidad debe “velar por la salud física de sus jugadores” y que ante las amenazas recibidas, resolvían no viajar a Israel y que este gesto debe ser tomado “como una contribución a la paz mundial”.

Claro que no especificó cuántas personas proferían esas amenazas (alcanzamos a ver unas cinco o seis, con una bandera argentina ensangrentada, a la entrada de la Ciudad Deportiva del Barcelona, y otras seis o siete en la puerta del hotel, señalando a cada uno de los jugadores, con un megáfono), entre otras, que se quemarían las camisetas de Messi en el caso de que la selección argentina viajara a Israel, cuando desde este país se recordaba que en otro tiempo, ya hubo un partido en Jerusalén (15 de abril de 1998 y ganó Israel 2-1) y no había ocurrido nada en particular.

Tapia dio sus razones a los pocos minutos de terminada una dura negociación con Ariel Raber, el enviado del mayor accionista de Comtec –la empresa organizadora del partido-, Daniel Benaim, y al no haber resultado concreto, desde Barcelona se tomó un avión directamente a Suiza con la intención de bloquear la participación de la selección argentina en el  Mundial “por discriminación religiosa”, objetivo que jamás puede prosperar porque en todo caso debía ser la Federación Israelí (que no quiso hacer olas, y cargó todo contra la Federación Palerstina) la que debiera denunciar.

Con Ever Banega tocado, y con tantos cimbronazos, hay que rezar para que al iniciarse el Mundial y la pelota entre a rodar, todo cambie mágicamente, pero desde los pies de los jugadores (y en especial de Lionel Messi) y no desde la brujería o los dislates en las decisiones apresuradas y sin un plan determinado. ¿Se podrá ganar el Mundial pese a todo?



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