Desde Moscú
“Che, saluden a la gente. Hay muchos que vienen
especialmente para verlos, desde todo el país, desde el exterior, dejen los
celulares y saluden por la ventana”, llegó a pedir un miembro del cuerpo
técnico a los jugadores de la selección argentina.
El autobús conducía al equipo desde el hotel en una
elegante zona de la avenida Diagonal hacia la Ciudad Deportiva del Fútbol Club
Barcelona en San Joan Despí para uno de los tantos entrenamientos y sin que los
jugadores hablen más que con aquellos medios con los que hubo razones demasiado fuertes para
hacerlo, y aunque el jefe de Prensa
buscara la forma de convencerlos de todos los modos posibles para que entiendan
que hay otros tantos que necesitan dialogar con ellos, pero no hay caso.
Fue, acaso, la peor semana de la historia de la
selección argentina, y si no llega a tanto, una de las más difíciles,
comparable sólo con aquellos días que rodearon al doping positivo de Diego
Maradona en Estados Unidos 1994, o la del 0-5 ante Colombia en el Monumental en
setiembre de 1993.
Como si todo lo que toca la selección argentina se transformara en energía
negativa, cada día puede aparecer un conflicto nuevo, distinto, y que supera al
anterior. A la confusa lesión de Sergio Romero, quien sigue argumentando que
pudo recuperarse antes del debut ante Islandia, hasta la marginación del torneo
por parte de Manuel Lanzini, quien cayó solo al piso, trabándose sin que nadie
lo tocara y cuando ya le había sucedido algo parecido antes de los Juegos
Olímpicos de Río de Janeiro dos años atrás.
A la confusión reinante acerca de por qué y cuándo
se canceló la reunión prevista con el Papa Francisco (la AFA sostiene que un
mes antes ya había advertido que tenía problemas de agenda ante Monseñor
Turturro mientras que el martes pasado desde El Vaticano se twitteaba que al
día siguiente la Selección sería recibida a las 15,30 y luego esa reunión se
“desconvocó”), a la increíble situación en la que se vio envuelto el equipo
nacional, en el medio del fuego cruzado del conflicto de Medio Oriente.
Si en Israel hubo errores políticos graves por parte
de la ministra Miri Reguev, con apetencias personales para su carrera y por lo
tanto, desesperada por sacar partido de la visita de Lionel Messi y compañía,
al primer ministro Benjamín Netanyahu le servía para ser más trumpista que
Donald Trump (quien subió los decibeles anunciando que Estados Unidos
trasladará su embajada de Tel Aviv a Jerusalén desatando la ira de los países vecinos
y de los movimientos pro-palestinos, aunque justo el día que la AFA canceló el
partido, pospuso la decisión).
Lo que no se entiende del lado de la AFA, una vez
más, es el porqué de la lentitud en la respuesta, aunque la explicación dada en
apenas cuatro minutos por su presidente, Claudio “Chiqui” Tapia, es que la
entidad debe “velar por la salud física de sus jugadores” y que ante las
amenazas recibidas, resolvían no viajar a Israel y que este gesto debe ser
tomado “como una contribución a la paz mundial”.
Claro que no especificó cuántas personas proferían
esas amenazas (alcanzamos a ver unas cinco o seis, con una bandera argentina
ensangrentada, a la entrada de la Ciudad Deportiva del Barcelona, y otras seis
o siete en la puerta del hotel, señalando a cada uno de los jugadores, con un
megáfono), entre otras, que se quemarían las camisetas de Messi en el caso de
que la selección argentina viajara a Israel, cuando desde este país se
recordaba que en otro tiempo, ya hubo un partido en Jerusalén (15 de abril de
1998 y ganó Israel 2-1) y no había ocurrido nada en particular.
Tapia dio sus razones a los pocos minutos de
terminada una dura negociación con Ariel Raber, el enviado del mayor accionista
de Comtec –la empresa organizadora del partido-, Daniel Benaim, y al no haber
resultado concreto, desde Barcelona se tomó un avión directamente a Suiza con
la intención de bloquear la participación de la selección argentina en el Mundial “por discriminación religiosa”, objetivo
que jamás puede prosperar porque en todo caso debía ser la Federación Israelí
(que no quiso hacer olas, y cargó todo contra la Federación Palerstina) la que
debiera denunciar.
Con Ever Banega tocado, y con tantos cimbronazos,
hay que rezar para que al iniciarse el Mundial y la pelota entre a rodar, todo
cambie mágicamente, pero desde los pies de los jugadores (y en especial de
Lionel Messi) y no desde la brujería o los dislates en las decisiones
apresuradas y sin un plan determinado. ¿Se podrá ganar el Mundial pese a todo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario