Desde Moscú
Este periodista se enteró de que estaba lloviendo en
el estadio del Spartak, sede del partido entre Bélgica y Túnez, porque se lo
contaron por whatsapp ya cerca del final. Es que es tanto lo que el equipo
europeo es capaz de brindar en un partido, tantas las ocasiones de gol que
genera, que no hay demasiado tiempo para perder apuntando hacia otros lugares.
Ni el tremendo calor reinante en el inicio del verano moscovita distrae la
atención.
Podríamos decir, como síntesis inicial, que Bélgica
es lo contrario de Argentina del medio hacia arriba. Si los que lucen en el
ataque son, con evidencia, un ya consagrado Eden Hazard, con un cambio de ritmo
impresionante y con un eje bajo, igual que Lionel Messi, por una cuestión de
estatura y movimientos, y Romelu Lukaku convierte desde los dos perfiles,
aunque siempre recibe pases-gol precisos (ya alcanzó al portugués Cristiano
Ronaldo en la tabla de goleadores con cuatro en dos partidos, la figura fue
Alex Witsel, un volante de salida que aparece como Plan B a Kevin De Bruyne, el
talentoso volante del Manchester City.
Bélgica, del medio hacia arriba, es una Pléyade con
nombres que ya se venían destacando en el universo futbolístico al que el
director técnico español Roberto Martínez, con experiencia en la Premier
League, le fue agregando conceptos colectivos si bien la defensa sigue siendo
su talón de Aquiles y hoy mismo Túnez, que ya le había dado pelea a Inglaterra
en la primera fecha del grupo, le generó inconvenientes tanto en el juego aéreo
como por el césped.
Pero los “Diablos Rojos” tienen demasiado juego una
vez que reciben la pelota en la mitad de su propio campo. Witsel y De Bruyne
son los llevadores, algo que seguramente Jorge Sampaoli pensó para Argentina
hace un año con aquel sueño inicial (luego perdido) del 3-2-2-3, como la
primera línea de dos, pero la diferencia de calidad y de concepto general de
juego, es notable.
Luego, cuando la pelota es administrada
correctamente desde el medio, Yannick Ferreira Carrasco, Dries Mertens y Eden
Hazard rotan y se mueven permanentemente para recibir y desarrollar su elevada
técnica individual al servicio de lo colectivo, para que un tremendo goleador,
con la potencia de Lukaku, defina.
Pensar en Witsel y De Bruyne, con esos pases entre
líneas, remite inexorablemente a llevar la mente hacia los nuestros, Javier
Mascherano, Lucas Biglia, Ever Banega, Enzo Pérez y termina siendo desgarradora
la comparación y acaso la proyección en este mismo torneo, salvo por las
sorpresas que el fútbol puede deparar (por suerte).
Hace apenas cuatro años, en Brasil 2014, Argentina
eliminó a Bélgica en los cuartos de final con un tempranero gol de Gonzalo
Higuaín pero el tiempo pasó y cuesta imaginarse un enfrentamiento entre los dos
en las fases finales.
Es cierto que por ahora a Bélgica le tocaron dos
rivales accesibles como Panamá y Túnez, pero ha marcado ocho goles, es decir,
ha hecho lo que se debe hacer cuando el rival es notablemente inferior y si no
fuera por la cantidad de situaciones que sobre el final perdió Michy Batshuayi,
la distancia pudo ser mucho mayor que el 5-2 final, y esto lo indica casi todo.
En un Mundial en el que la mayoría de las potencias
no aparece, Bélgica muestra las cartas credenciales del gol y el buen juego.
Para tomar nota y para tratar de sacar conclusiones apuntando a un nuevo ciclo
argentino en el que las piezas deben acomodarse porque por ahora, la heladera
está en el baño, el sillón en el balcón, el inodoro en la cocina y la TV, en el
suelo.
Hoy Bélgica mostró lo sencillo que resulta jugar
bien al fútbol si los conceptos están y se sabe a qué se juega, sin tanto
laboratorio.
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