Desde Kazán
Acaso la mejor imagen es la del rostro exultante y
esa mirada desafiante de Kylian Mbappé en cada uno de sus goles. Va a cumplir
20 años recién el 20 de diciembre y representa el futuro del fútbol francés.
Al mismo tiempo, una generación de futbolistas argentinos que se despide de su
selección nacional, luego de haber acariciado por tres veces los títulos más
preciados y sin haberlo conseguido, y que hizo lo que pudo hasta octavos de
final, y le dio para mucho menos que antes.
Ese enorme contraste pudo percibirse en el partido
entre Francia y Argentina. Una selección nacional que dos veces se salvó in
extremis del incendio, la primera gracias a que Lionel Messi sacó toda su vasta
en Quito ante Ecuador cuando en la última fecha de la clasificación había
llegado en sexta posición en una tabla de diez equipos, sin siquiera estar en
el repechaje. La segunda, cuando a cinco minutos del final, Marcos Rojo evitó
una humillante eliminación en la fase de grupos.
La selección argentina hizo lo que pudo en este
Mundial y fue muy poco. Llegó nadando a la orilla de los octavos de final y se
ilusionó ante Francia porque venía desde el fondo del mar, pero allí se
encontró con la realidad de un equipo que supo esperarla, le cedió la pelota
porque sabía que no tendría mucha idea de qué hacer con ella (los hechos lo
corroboran, en el primer tiempo tuvo una posesión inútil del 69 por ciento) y
mató de contragolpe no sin pasar por una derrota momentánea a principios del
segundo tiempo a causa del azar, porque Gabriel Mercado no quiso colocarla
allí.
El equipo argentino se va del Mundial con una
defensa lentísima y descoordinada, que recibió nueve goles que pudieron ser
muchos más, un mediocampo de tránsito
lento, sin cambio de ritmo ni ideas, sin un enlace de peso hasta sus
delanteros, con un Lionel Messi inexplicable que desperdició su cuarta
oportunidad mundialista, y vaya a saberse si habrá una quinta, ya sin sus
amigos generacionales, y tampoco hubo contundencia de un ataque que fue víctima
de un cambio permanente de sistemas, como si fuera un laboratorio.
Si a esto le sumamos los problemas estructurales de
una AFA siempre en crisis, la pésima preparación, sin partidos amistosos y con
jugadores sin muchos entrenamientos y demasiadas cosas que ocultar en un
lamentable ciclo de cuatro años desde que se perdió la final de Brasil 2014, no
podía haber mejor final que éste. Como nos anticipó Jorge Valdano cuando le
consultamos qué pasaría de ganarle a Nigeria y llegar a octavos. “Sería la
prolongación de la agonía”, nos respondió el inteligente ex campeón mundial en
1986. Y no le faltó razón.
Es el final de un ciclo. Lo que habría que hacer es
repensar todo. Darlo vuelta como una media, entender que sin una base de
juveniles, sin una idea acerca de qué se quiere hacer, a qué se quiere jugar,
no se puede llegar muy lejos.
La Copa América de Brasil 2019 está demasiado cerca.
Pero ideas, y dirigencia, no sobran. Y entonces será como el perro que se
muerde la cola. Otra vez sopa.
1 comentario:
Buena reflexión. Como muchas cosas de la vida, a veces toda evolución precisa de una revolución.
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