lunes, 18 de junio de 2018

Lo del fútbol argentino es consecuencia, no causa (Jornada)



                                             
                                                Desde Moscú



Por estas horas en Bronnitsy, a poco más de una hora de Moscú, Jorge Sampaoli y su cuerpo técnico se devanean pensando variantes para el crucial partido del jueves ante Croacia en Nizhny Novgorod.

El calvo entrenador del equipo nacional consulta con sus colaboradores más cercanos, tratando de regresar al frío del análisis dejando de lado la calentura por el bajo rendimiento y el inesperado resultado ante Islandia, si no será mejor utilizar a Gabriel Mercado como firme lateral por la derecha para asegurar la marca y no caer en el choque en el ataque del sábado de Eduardo Salvio cuando llegaba a la posición de Maxi Meza, o tal vez que Cristian Pavón pueda ingresar desde la partida en reemplazo de Ángel Di María, o cuál es el mejor volante centrale acompañe a Javier Mascherano en el centro, si el tibio Ever Banega, o un Giovani Lo Celso que rinde más en una posición mucho más adelantada.

De fondo, regresando a las propias palabras de Sampaoli en la interesante (por momentos, cuando no tuvo que responder centros o preguntas simplotas que abundan en estos lares por los que siempre reciben el visto bueno para hacerlas, salvo escasas excepciones) conferencia de prensa del viernes, el equipo que debutó en el Mundial e incluso el que podría jugar en los dos partidos que restan para finalizar la fase de grupos, ante Croacia y Nigeria, es “el que pude formar y no el que yo hubiera imaginado”.

El propio Sampaoli lo dice aunque parezca que demasiado pronto abre el paraguas. Este equipo casi no jugó amistosos, viene arrastrando un absoluto caos institucional en la AFA, los jugadores se fueron acostumbrando a una dinámica que los tiene como excesivo centro sin que nunca una institución a la que poco o nada le importa, salvo ganar títulos o hacer caja como fuere, les haya puesto un  límite.

Y así y todo, el problema mayor no es ninguno de estos, sino que lo que hay es lo que se ve. El fútbol argentino, desde hace años, produce este tipo de jugadores. Puede haber excepciones porque por suerte, Argentina es un país generoso con los jugadores que fueron saliendo por estas tierras, pero jamás hubo un plan para sostenerlas o aprovecharlas.

Si en el Mundial de Suecia 1958 no estuvieron ni Sívori, ni Angelillo ni Maschi (los Carasucias brillantes campeones sudamericanos un año antes, en Lima, en  1957), o tampoco Di Stéfano o Rial o Rogelio Domínguez, o si Ricardo Bochini, con todo lo que fue, jugó unos pocos minutos ante Bélgica en 1986, o si Diego Maradona se pudo quedar afuera en Argentina 1978, es porque se trata de un país acostumbrado a desperdiciar sus recursos, como no haber podido explotar como se debe dos figuras inconmensurables como Maradona y Lionel Messi.

Si hace 40 años, para el Mundial 78, abundaban los números diez, hoy la selección no encuentra un reemplazante…para Manuel Lanzini, y Maxi Meza está por delante de Paulo Dybala,. Ídolo de la Juventus, séptuple campeón consecutivo de Italia,.

El gran problema, o si se quiere el gran fracaso del fútbol argentino no será de ningún modo quedar eliminado en primera fase sino no haber podido encontrar un estilo (y eso que hay de donde ilustrarse), una forma constante de jugar que lo caracterice, la confianza en un sistema que lo pueda respaldar cuando las cosas no funcionen, como le ocurrió a España ern su debut ante Portugal.

Pero no…el fútbol argentino insiste con lo mismo, con creer que la posesión de pelota es “eso” que vimos en el Spartak el sábado entre Javier Mascherano y Lucasd Biglia: dos pases cortitos, uno al lado del otro, horizontales, sin cambio de ritmo, esperando que al no haber claros defensivos rivales, Messi invente el atajo.

Por eso, Sampaoli puede estar desvelado pensando cómo remediar esto y a quién colocar en el segundo partido, si realizar una cirugía mayor, como Carlos Bilardo después de Camerún en el San Siro en Italia 1990, con aquello de “disfrazarse de árabe” o que “mejor que se caiga nuestro avión”.

El fútbol argentino podrá auto engañarse creyendo que la decisión pasa por Biglia, Banega o Lo Celso, Mercado o Salvio, Pavón o Di María, pero el problema viene de mucho más atrás, cuando no se supo a qué se jugaba y la cuestión  es el qué para decidir quién luego. Sin esa convicción, la duda se agiganta, con resultados impredecibles.

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