Desde Río de Janeiro
Recién cuando el árbitro salvadoreño
Joel Aguilar dio por terminado el partido, los cincuenta mil argentinos
presentes en el gigante estadio Maracaná pudieron suspirar de alivio. La
selección argentina repetía lo de debutar ganando de manera ajustada, como
viene ocurriendo desde Francia 1998, y esta vez no fue la excepción: 2-1 a
Bosnia Herzegovina, con goles de Sead Kolasinac en contra, y Lionel Messi para
los albicelestes, y de Vedad Ibisevic para los balcánicos.
El partido se jugó en un hervidero,
porque como dijo el defensor Emir Spahic, en una curiosa declaración posterior,
el Maracaná “se parecía a la Bombonera”, con una increíble cantidad de
argentinos alentando a la selección. Nada menos que cincuenta mil sobre setenta
y cuatro mil asistentes totales, y que entraron en una guerra de cánticos con
los locales, volcados directamente hacia Bosnia.
El equipo argentino no debió necesitar
mucho para ponerse al frente en el marcador, porque sólo habían pasado dos
minutos y medio cuando un centro de Lionel Messi desde la izquierda, llegó a
ser conectado por Marcos Rojo y el defensor Kolasinac introdujo la pelota
dentro de su propio arco, pese a la estirada del arquero Begovic.
Ese 1-0 tan rápido parecía darle una
enorme tranquilidad al equipo argentino, pero no fue así. El hecho de que su
entrenador Alejandro Sabella dispusiera de un sistema con cinco defensores, que
no puede sorprender porque ya así le había ganado a Bosnia hace siete meses en
un partido amistoso en Saint Louis, Estados Unidos, determinó que no tuviera
mucho manejo de pelota y que lentamente se fuera replegando, con Messi
desconectado del único punta, Sergio Agüero, y del otro talento que podía
acompañarlos, Angel Di María.
Los bosnios se encontraron con pelota y
terreno, y aunque sin ideas claras, casi automáticamente se fueron acercando al
arco de Sergio Romero, que respondió bien las dos veces que recibió remates de
algún peligro.
Por el otro lado, un Messi empecinado en
la individual,. Como sabiendo que todos los focos apuntaban a él, no encontraba
eco y así se fue el primer tiempo, sin pena ni gloria.
Sabella leyó bien el partido en el
vestuario, y para la segunda parte decidió cambiar. Hizo entrar a Fernando Gago
por Hugo Campagnaro y a Gonzalo Higuaín por Maxi Rodríguez y así pasó al
clásico 4-3-3 que le dio los mejores resultados, pero ya lo dijo el brasileño
Tim: el fútbol es una manta corta, que cuando te cubre la defensa te descubre
el ataque y al revés.
Y así fue que Argentina comenzó a
encontrarse, a desplegar su juego, aparecieron algunos toques, Messi comenzó a
encontrar socios en el ataque, pero ya no estaba tan firme atrás, si bien a los
de Sabella les conviene el “toma y daca” por la enorme potencia de adelante.
Y así llegó el tan esperado gol de
Messi, con una de las típicas suyas. Le abrieron el camino, y sacó un remate
esquinado al palo de Begovic. Pegó en el caño y se metió por el otro lado.
Golazo y 2-0. Partido que parecía acabado.
Pero no. En esa inestabilidad defensiva,
Ibisevic, que entró en el segundo tiempo, aprovechó un buen pase para marcar
entre las piernas de Romero cuando aún quedaba tiempo para la hazaña de los
balcánicos.
Allí Sabella optó por el tercer cambio
haciendo entrar a Lucas Biglia por Sergio Agüero, y ya con tres volantes de
contención pasó a un 4-4-1-1 con el que cerró el partido, que dio tres puntos
vitales para la confianza y para comenzar con buen pie, pero que dejan algunas
dudas que ahora hay tiempo para resolver.
Recién en seis días llega irán a Belo
Horizonte por el Grupo F, pero el problema de la selección argentina no pasa
por los asiáticos sino por su juego, por reencontrarse primero, para pensar en
cosas más grandes recién después.
Sin juego, los resultados costarán más,
o se seguirá sufriendo como anoche en un Maracaná vestido de celeste y blanco.
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