Fernando Signorini, el preparador físico de la
selección argentina en varios mundiales y también ex personal trainer de Diego
Maradona, cuenta que antes de comenzar la máxima cita en México 1986, se acercó
una mañana, con los periódicos en la mano, a la habitación que compartían Diego
Maradona y Pedro Pasculli en la concentración del club América.
Con picardía, se dirigió a Pasculli desde la puerta,
pero con la intención de que Maradona oyera el diálogo. “¿Te diste cuenta,
Pedro, de que nadie se hace cargo de ser la estrella de este Mundial? Ni
Platini, ni Zico, ni Rummenigge dicen que quieren ser la figura. Será un
Mundial mediocre”.
Al día siguiente, Signorini sonrió cuando volvió a
leer los diarios y aparecía Maradona diciendo con énfasis “Éste será mi
Mundial”. Deterninado para que así fuera, terminó sucediendo.
¿Está Messi en esta misma situación para Brasil
2014? El supercrack del Barcelona no suele manifestarse con declaraciones, sino
que lo suyo va más por dentro, y sólo habla en los campos de juego, aunque
desde que comenzara la temporada 2013/14, fue evidente que su gran objetivo
pasaba por la Copa del Mundo.
De hecho, un artículo del periodista Rodolfo
Chisleanschi en el diario madrileño “El País” generó una enorme polémica. Se
titulaba “Olvídense de Messi” y se refería a que si bien todo le importaba al
argentino (Liga, Copa, Champions) nada era equiparable con su gran meta.
No es sólo el hecho de que Messi ya haya jugado dos
Mundiales anteriores, sin haber podido sobresalir lo suficiente. En 2006 era
muy joven, no tenía ascendiente en el grupo, y el entrenador José Pekerman no
lo incluyó en el partido clave ante Alemania, en cuartos de final, en una
polémica decisión que influyó notablemente en la eliminación albiceleste. En
2010, tuvo a un Maradona que no estaba preparado para ser el DT y tampoco le
dio el respaldo suficiente y hasta con la insólita frase “Mascherano y diez
más” para referirse a su equipo.
Este Messi ya no es el mismo. Más maduro, con una
década vistiendo la camiseta del Barcelona, padre de familia, con cuatro
Balones de Oro y una vitrina llena de títulos, no es el chico cerrado de los
primeros años, y en el vestuario tiene mando no por la voz (que jamás necesitó)
sino por sus actos y porque está rodeado de sus amigos y todo el esquema de
juego gira a su alrededor.
Messi sabe que éste debe ser su Mundial por edad, la
ideal para un futbolista (cumplirá 27 años en pleno torneo, el próximo 24 de
junio), por trayectoria, por la seguridad con la que transita por las canchas y
porque, por fin, se acondicionó todo para que se sienta absolutamente cómodo
porque su entrenador, Alejandro Sabella, entendió que así debía ser.
Ni Maradona en México 1986 gozó de tantas ventajas
anímicas. Si bien el entrenador de entonces (ahora manager) Carlos Bilardo, le
quitó la capitanía a Daniel Passarella en una medida polémica, para dársela al
“diez”, en aquél equipo había un grupo de jugadores que no respondía a las
necesidades anímicas del crack (el propio Passarella, Ricardo Bochini, Jorge
Valdano y algún otro), mientras que ahora, todos los jugadores cuentan con el
OK del genio.
Este Messi cambió también durante los últimos dos
años y medio. Desde el partido en barranquilla ante Colombia, cuando la
selección argentina dio vuelta el resultado por la clasificación mundialista,
en medio del calor y la humedad y con el público en contra, comenzó a sentirse
muy cómodo con el equipo, al punto de sentirse aún mejor que en el Barcelona.
Tampoco hubo polémicas para cederle la cinta de capitán y el anterior,
Mascherano, se manifestó de acuerdo cuando fue consultado por Sabella.
Ya no hubo necesidad de utilizar el “inflador
psicológico” como antes en cada regreso a Cataluña luego de jugar con su
selección, cuando Carlos Tévez era el símbolo mediático de los argentinos y él
era visto casi como un extranjero en su tierra.
Hoy Messi es la gran esperanza de los aficionados
argentinos, y su rostro inunda los afiches en las calles y las publicidades en
TV y en los medios gráficos como el líder que puede llevar, por fin, a ganar un
Mundial con su selección, después de 28 años.
¿Con qué equipo argentino se encontrará Messi? Con
un estilo mucho más cercano al Real Madrid que a su Barcelona. El conjunto de
Sabella juega con el error del rival y mata de contragolpe, aunque no le escapa
a la posibilidad de la posesión. El problema es que parte de aceptar jugar sin
un armador de juego, posición que insólitamente escasea en un fútbol con una
enorme tradición. Acaso pudieron ocupar ese lugar Javier Pastore o Andrés
D’alessandro, pero si no, el mejor sigue siendo el muy veterano Juan Román
Riquelme, de 36 años y de escasa regularidad.
Una de las grandes incógnitas de la selección
argentina pasa por el estado de los dos volantes de recuperación. Javier
Mascherano, porque debe adaptarse a jugar como volante tras mucho tiempo como
defensa central en el Barcelona, y Fernando Gago por no haber sido regular y no
haber estado nunca a su nivel en Boca Juniors, en la pasada Liga. Sabella
medita un 4-3-3 para la primera fase, pero no hay que descartar un 4-4-2 en
algunos momentos de los partidos decisivos, con la entrada de Maxi Rodríguez.
Otra incógnita es si la defensa podrá ser lo
suficientemente sólida como para soportar los ataques rivales porque en el conjunto
argentino hay poca gente para la recuperación en el medio. Sabella apostó por
la continuidad de la dupla Federico Fernández-Ezequiel Garay, pero ahora
convocó a Martín Demichelis para que aporte experiencia y una salida más clara
con balón dominado.
Y la tercera incógnita es la del arquero. Habiendo
algunos de la talla de Willy Caballero (Málaga), Marcelo Barovero (River Plate)
o Agustín Marchesín (Lanús), Sabella prefirió mantener los que trabajaron con
él desde el inicio de su ciclo, y Sergio Romero tiene todas las fichas para ser
titular, aunque haya atajado muy poco en su club, el Mónaco.
Pero los focos y los flashes, cuando la selección
argentina debute ante Bosnia Herzegovina el próximo 15 de junio en el estadio
Maracaná de Río de Janeiro, irán hacia Messi, el mejor jugador del mundo, y en
el que los argentinos depositan, con absoluta lógica, todas sus esperanzas.
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