“¿Dónde queda la enterada para los periodistas?”,
pregunto a un voluntario cuando me acerco al estadio Arena Corinthians,
saliendo de la estación correspondiente, “Itaquerao”. Ni idea. No sólo él, sino
todos los demás de un bonito uniforme verde oscuro, con zapatillas envidiables
que seguramente recibieron de regalo de la organización.
Este periodista dará vueltas y vueltas y lentamente
irá recobrando la memoria y se irá dando cuenta de que, al fin y al cabo, se va
pareciendo todo a lo que ocurría en Japón/Corea del Sur 2002 o Sudáfrica 2010,
no tanto en los mundiales europeos.
La prensa brasileña utiliza una terminología
perfecta para definir lo que ocurre en los mundiales y que trataremos de
explicar. Lo llama “Padrao FIFA”, una especie de patrón que utiliza la entidad
madre del fútbol con sede en Zurich para ser extendido especialmente en el “Tercer
Mundo”, cuando algún torneo no queda más remedio que organizarse allí “porque
tocaba”, y para que estos países incontrolables, a veces hasta con funcionarios
de izquierda, no terminen “desbaratando” la idea original.
Por eso es que en un Mundial como el de Brasil, todo
se parece demasiado a Japón, Corea o Sudáfrica. Llegar a las cercanías de los
estadios con transporte público es encontrar la misma señalización, los mismos
vallados, los mismos desconocimientos, la misma estructura para Prensa, hasta
los mismos clichés en los diálogos.
Es el “Patrón FIFA”, con Centro de Prensa enormes,
verdaderos elefantes, pero baños precarios y a los costados, enormes pasillos
rodeados de alambres, mesas largas que terminan en los televisores, que además,
cuando no hay partido, suelen transmitir y repetir mil veces las actividades
que hace la FIFA como “bien social”.
Son ya “no lugares”, como los aeropuertos, y bien
podrían traer a Tom Hanks para que pasara un día en un centro de prensa para
darse cuenta de lo parecido que podría ser a la espera de un avión, o a pasar
apostando en las maquinitas de algún hotel de Las Vegas, sin que sepamos si salió
el sol o si llueve.
La FIFA, por ejemplo, suele enojarse con periodistas
que cubren para alguna radio y para medios escritos, porque se trata de dos
acreditaciones distintas, pero ¿es novedad hoy que un periodista pueda estar en
un Mundial para una radio, un canal de TV y un medio escrito?
El autobús que traslada a los periodistas, desde un
estadio hasta el down town de cualquier ciudad, no dejará que desciendan a su
destino aunque éste quede en medio del trayecto. “La FIFA no lo permite”, es la
respuesta, por si no dice también que “no soy de esta ciudad, apenas me
contrataron para este trabajo concreto”.
Si hablamos de los aspectos culturales, tampoco
cambia tanto. En Brasil, la FIFA no sólo chocó en la etapa preparatoria contra
los precios de los tickets porque el gobierno de Dilma Rousseff y su ministro
de Deportes comunista Aldo Rebelo exigieron una rebaja para estudiantes y
jubilados y se negaban a la venta masiva de cerveza aunque marcas asociadas
fueran auspiciantes fijos de la multinacional del fútbol.
También chocó contra sindicatos que se opusieron a
determinadas condiciones de trabajo, a las resistencias del gobierno local por
aceptar imposiciones de tiempos y de estructuras, y contra el país en general a
aceptar que la máxima organización del fútbol se apoderara (como suele hacer)
de los mejores hoteles de cada ciudad, al considerarse un Estado por encima de
los Estados nacionales.
Brasil se resiste a aceptar a Joseph Blatter y los
suyos como si fueran El Vaticano, aunque no ha podido hacer nada, por ejemplo,
con la fiesta inaugural, en la que apareció Jennifer López, con su playback, en
lugar de tantos músicos como tiene Brasil, uno mejor que el otro.
Esperábamos a Chico Buarque (tal vez, siendo muy
ingenuos), pero bien podrían a ver sido Caetano Veloso, María Creuza, María
Betanha, Rita Lee, Adriana Calcagnotto, Iván Lins, Marisa Monte, Carlinhos
Brown, y tantos más. Tampoco está mal que haya habido danza folklórica, pero
los propios medios locales insisten en que cualquier “Escola do Samba” lo habría
hecho mejor. ¿Y entonces?
Es que una vez más, la fiesta inaugural tuvo mucho
más de FIFA que de Brasil. Porque el fútbol, hoy, es más de la FIFA que de
cualquier país. No es, del todo, un motivo para que el local muestre lo que
tiene, orgulloso, aunque en el momento en el que se concede su organización
todos se abracen, ilusionados. No. El Mundial es de la FIFA, para la FIFA, que
larga algunos millones pero se lleva la mayoría para casa.
Hasta el tema musical oficial es de FIFA. Se lo ha
criticado por ser, al fin y al cabo, un tema global. Con un poco de “alé, alé,
alé” y si es posible que incluya las palabras “fiesta” y “gol”, y algún vocablo
de la sede, listo. Ya estamos.
De hecho, este cronista no concurrió a la fiesta de
Rusia 2018 del pasado sábado. Ya estuvo en el Maracaná en la de 2013, en
ocasión de la Copa Confederaciones, pero el DT del seleccionado, Fabio Capello,
no quiso hablar. Hubo danzas folklóricas
autóctonas y hablaron las autoridades
sobre las bonanzas de organizar un Mundial en su país.
Sonó otra vez a la eterna promesa de la FIFA hasta
que se den cuenta de que no es más que el anticipo del “Padrao”. Debieron
invitar a Tom Hanks.
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