jueves, 5 de junio de 2014

¿Puede ser Messi para Argentina lo que Maradona en 1986? (Volkskrant, Holanda)



Lionel Messi llegó en la madrugada al aeropuerto internacional de Ezeiza, en Buenos Aires, y lo primero que dijo a la prensa, al pisar suelo argentino, es que debe “cambiar el chip” y dedicarse de lleno a la selección pensando en el Mundial. Y siguió viaje a Rosario, para tomarse unos pocos días de vacaciones en las que apareció varias veces en público con su novia Antonella y su hijo Thiago, sonriente y muy distinto al que deambuló por las canchas españolas y europeas en la temporada que acaba de finalizar.

Si “cambiar el chip” se transformaba en la frase del momento y enseguida fue utilizada para aplicarla en una de las tantas publicidades con su cara y su nombre que inundan los muros y los canales de TV nacionales, se supo que en un bar de Rosario, el dueño, fanático del fútbol, le hizo firmar un autógrafo en el que abajo apareció el texto “prometo traer la Copa”, y pasó a ser el nuevo hit, aunque luego hubo una cierta desilusión en los medios cuando la misma persona admitió que eso último fue agregado por él, y no provenía del crack del Barcelona.

Ya muchos comenzaban a comparar, como suele ser una tendencia en los días previos a los últimos mundiales, con lo que ocurría con Diego Maradona antes de México 1986, ya en la concentración argentina en el predio del club América.

Fernando Signorini, inteligente preparador físico de aquel seleccionado que dirigía Carlos Bilardo, se acercó con picardía a decirle al compañero de habitación de Maradona, Pedro Pasculli, en un tono para que el “diez” pudiera escuchar, que por lo que venía leyendo en los diarios “parece que nadie se hace cargo de ser la estrella del torneo, porque ni Zico, ni Platini, ni Francéscoli dicen nada. Parece que éste será un Mundial sin un dueño, una figura”. Al día siguiente, cuando Signorini fue a buscar los diarios, llegó a la parte deportiva y esbozó una sonrisa. En primer plano, Maradona aparecía diciendo “Éste será mi Mundial”. Una forma de irse determinando en ser figura, en ser el mejor. Inducida o no.

Pero no se puede esperar eso de Lionel Messi. Él no es así. No es de manifestarlo externamente, aunque sea una persona con una enorme determinación, al punto de aguantar una separación de sus padres y de toda su familia en su adolescencia, cuando una parte regresó a Rosario, y sólo su hermano y su padre permanecieron con él. No tenía en su mente nada más que triunfar, y su objetivo era tan claro que nunca tuvo la menor duda.

De a poco, con mucho esfuerzo, y luego de correr mucha agua por debajo del puente, los argentinos fueron entendiendo que después de una figura descomunal como la de Maradona en México 1986 y en Italia 1990 (cuando la selección fue finalista), podía aparecer otro genio, y que no tuviera sus mismas características e incluso, fuera casi lo opuesto: callado, taciturno, sin gusto por exponerse, tímido y nada conflictivo, que le gusta expresarse sólo en el campo de juego.

Aunque Maradona está mucho más cerca del argentino medio, alguien que traza una línea roja y necesita definir siempre “de qué lado está”, buscando enemigos a los que referirse, declarando siempre con polémicas y dando titulares apetecibles a los periodistas, la gente fue adaptando a Messi como a aquel hijo que uno se entera que lo tuvo cuando ya está por cumplir los 18 años. Se tuvo que ir encariñando, encontrando formas de sentir afecto por él, y el chico se los fue ganando en silencio, de a poco, sintiéndose cómodo luego de haber sufrido mucho y de que su propia madre Celia llegara a decir que si todo seguía como entonces (hasta 2011), se podrían replantear el hecho de seguir viniendo a las convocatorias.

Aquel Messi necesitaba un inflador psicológico cada vez que regresaba a Barcelona, sin entender qué pasaba con los aficionados argentinos que no le manifestaban afecto, que descargaban en él sus iras por las frustraciones de tantos años sin ganar títulos (el último fue en la ya lejana Copa América de Ecuador 1993) tal vez porque inconscientemente sabían que era el único capaz de torcer una historia dura y con muchas incoherencias institucionales por parte de la AFA y de entrenadores caprichosos que muchas veces perdieron por no contar con jugadores claves, que no citaban por pura antipatía.

Messi no tuvo, como Maradona, una hinchada propia que lo respaldara ante una mala actuación del equipo, porque nunca jugó la liga argentina, y no tiene un equipo fuerte de referencia en sus espaldas, y para colmo, se fue del país en plena crisis económica de 2000, por lo que muchos lo miran de reojo.

Argentina es el país en el que muchos de sus grandes personajes tuvieron que exiliarse y hasta morir afuera. Desde escritores de la talla de Jorge Luis Borges o Julio Cortázar, su libertador, José de San Martín, el cantante de tangos Carlos Gardel o el guerrillero Ernesto “Che” Guevara, y hay como una especie de sino fatal de que para trascender, en muchos sentidos hay que tomar cierta distancia de la sociedad original. Algo así como el dicho “nadie es profeta en su tierra”.

A Messi le caben las generales de la ley, y su llegada a la selección argentina no fue la de todos. Los mismos que no lo veían como argentino desconocían que aunque vivió en Barcelona desde 2000, ni se le pasó por la cabeza jugar para la selección española y su padre enviaba permanentemente videos a un conocido suyo, ayudante del entonces entrenador del equipo nacional Marcelo Bielsa, que se llama Claudio Vivas, que a su vez, ya por 2003, se lo transmitió al entrenador de los juveniles, Hugo Tocalli.

Cuando llegó el Mundial sub-17 de Finlandia en 2005, la selección argentina compartió hotel con la española y en una oportunidad, charlando con un jugador español y su entrenador, Tocalli se acordó de aquél apellido “Messi” y les preguntó si sabían algo de él. “¿Si sabemos algo? Sólo le puedo decir que si él estaba aquí, ustedes eran campeones”, contestó el chico, que no era otro que Francesc Fábregas, alias “Cesc”, compañero de Messi en los juveniles del Barcelona. Luego, la historia es conocida.

De nada le valió al joven argentino del Barcelona mirar todos los partidos de la liga argentina por internet, alimentarse de comida exclusivamente argentina, no haber perdido su acento original pese a los años en Cataluña, o que la periodista del diario “Mundo Deportivo” Cristina Cubero, con treinta años cubriendo al Barça y al Espanyol, dijera que Messi “es el más argentino de todos los jugadores argentinos que conocí en mi carrera”. Para la gente, no sólo era extranjero, sino que no le interesaba venir a la selección y una de las pruebas era que en el momento de sonar el himno, no lo cantaba.

Ni los éxitos del Barcelona, donde brillaba por TV, ni los títulos sub-20 de 2005 y olímpico de 2008 cambiaban la percepción. Nunca sería Maradona. No tenía sentido esforzarse.

Hasta que las generaciones se fueron renovando y tras el nuevo fracaso del Mundial 2010, en el que jugó lejos del arco rival, y con muy poca compañía en la creación, hizo entender al veterano Julio Grondona, presidente de la AFA, que el equipo tenía que estar basado en el genio, y terminar con los celos de algunos integrantes de planteles anteriores.

Era el tiempo de Messi, de que fuera él quien se sintiera cómodo, y tras la enorme frustración de perder en casa la Copa América de 2011, se produjo un cambio de timón. Ahora, con 25 años, ya era un hombre, con varios años de experiencia en el fútbol, varios títulos en sus vitrinas, individuales y colectivos, y había que apostar por él, algo que también comprendió el entrenador Alejandro Sabella.

Su bautismo de afecto casi total con los argentinos llegó a principios de 2012 en el calor de Barranquilla, ante Colombia, por la clasificación al Mundial 2014. El equipo argentino perdía 1-0 y casi al borde del desmayo, Messi conducía a dar vuelta el resultado para llevarse un triunfo resonante en un ambiente muy difícil.

Eso conquistó a la gente que entendió su esfuerzo y comprendió que tenía que entregarse al crack, que nunca más tuvo problemas y no es casual que llegaran seguidos los hat tricks que antes convertía pero vestido de azulgrana, ante Suiza y ante Brasil. Ya era otro Messi, más seguro, más tranquilo, con sus amigos en el grupo de la selección, y con Sabella inventándole hasta un adjetivo: “Inmessionante”.

Lo extraño es que mientras conquistó al público que tanto le costó, fue perdiendo esa alegría en su club y el efecto fue inverso. Ahora le costaba algo más el Barcelona. Se lo vio en 2014 sin esa alegría, sin esa chispa que siempre tuvo, al calor de tantos conflictos institucionales, y en cambio “cambia el chip” cuando se viste de celeste y blanco.

La pregunta es si esto alcanza. Si este Messi que en una “mala temporada” es capaz de concretar 41 goles en 45 partidos, puede ser en Brasil lo que Maradona en México y para eso, la respuesta parece más colectiva que individual.

En 1986, un genial Maradona tuvo un respaldo en un sistema colectivo adaptado a su juego, pero ese genio era un armador de juego. Todo partía en su creación. Y con una sólida defensa.

Este equipo argentino no se parece a aquél. Incluso, no se parece en nada al Barcelona. Si hay que buscar un parecido táctico, lo es al Real Madrid. Mata adelante con estrellas como Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín o Angel Di María, que tienen un altísimo grado de efectividad, pero el interrogante pasa por lo que podría ocurrir de no tomar contacto con la pelota ante un rival de mucha posesión, como podrían ser España, Colombia, Alemania o incluso Brasil.

Atrás, aunque no da garantías y fue en los últimos tiempos el talón de Aquiles, Sabella ha logrado la continuidad de la dupla central entre Federico Fernández (Nápoli) y Ezequiel Garay (Benfica), aunque al final terminó convocando a Martín Demichelis (Manchester City), de mayor experiencia y de excelente temporada. También genera dudas Sergio Romero, que pasara por el fútbol holandés (ahora en el Mónaco), que no es titular en su equipo.

¿Alcanzará con esto para ganar un Mundial? No parece un equipo del todo equilibrado, y llega con incógnitas defensivas, aunque con un enorme poderío ofensivo.

¿Podrá Messi con este esquema, su cambio de chip, su comodidad total en el grupo, ser la estrella del Mundial y llevar a la Argentina el tercer título mundial de su historia?
Claramente éste parece ser su Mundial, si es por edad (cumplirá 27 años en pleno torneo, el 24 de junio), por jugarse en Sudamérica (donde jamás venció un europeo), por la motivación de hacerlo en tierras del mayor adversario (Brasil), y por madurez (será su tercer intento, tras 2006 y 2010).


Al menos, Messi no pretende ser Maradona. Sólo quiere ser Messi. Y tendrá que transitar su propio camino.

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