Desde Belo Horizonte
Cuando Alejandro Sabella asumió como entrenador de
la selección argentina en 2012, enseguida habló con Javier Mascherano, volante
experimentado del equipo, y ambos se pusieron de acuerdo en algo importante
para el grupo: había llegado el momento de darle la cinta de capitán a Lionel
Messi.
Al fin de cuentas, era el jugador más representativo
del equipo, y el que llevaría la camiseta más preciada, la número diez, el que
todos los chicos quisieran llevar en el país, y además lo veían más maduro,
asumiendo más que este nuevo ciclo que empezaba debía llevar su sello.
Pero Messi, aunque aceptó gustoso, no sabía muy bien
qué hacer. Lo suyo no es liderar con palabras o con aliento, sino mucho más en
acciones dentro del campo, o con comportamientos (aunque en silencio) en el día
a día. Tanto es así que cuando para el Mundial de Sudáfrica, su DT Diego
Maradona decidió que fuese capitán ante Grecia, no podía dormir pensando en que
debía ser quien hablara en el túnel antes de la salida al campo, por su
timidez. Lo consultó con Juan Verón, con más años y trayectoria, pero llegado
el momento, no le salió nada, y terminó en un corto “Vamos, vamos” y todos
entraron así, sin mucho más.
Cuatro años más tarde, este Messi no necesitó mucho
para dar un golpe de puño simbólico en la mesa como capitán de este equipo
argentino. Resultó que para el debut mundialista, el entrenador Sabella dispuso
un esquema con cinco defensores, tres volantes y apenas dos delanteros (Messi y
su amigo Sergio Agüero) para enfrentar a Bosnia Herzegovina, al que le había
ganado siete meses antes con claridad en un amistoso en Saint Louis jugándole
así y sin el astro del Barcelona en el ataque.
Esta vez, el esquema no resultó y la selección
argentina no encontraba el rumbo en el estadio Maracaná hasta que pasado el
primer tiempo, sorprendió saliendo al campo para el segundo con otro totalmente
distinto, 4-3-3, pero el mismo con el que jugó y le fue muy bien en los últimos
dos años y medio. Allí fue cuando Messi se soltó, encontró compañía y marcó un
bonito gol, el segundo suyo en los mundiales (el primero fue en 2006 ante
Serbia y Montenegro).
El equipo argentino terminó ganando aunque no
convenciendo, dejando un gusto raro, pero lo más importante llegó al día
siguiente, ya en la concentración de Cidade do Galo del Atlético Mineiro, en
Belo Horizonte, cuando Messi, repentinamente, y cuando nunca ocurre que una
estrella hable tras un partido no tan fuerte, pidió hablar con los periodistas.
Y su firmeza fue llamativa, porque rápidamente dijo
que una selección argentina “no puede jugar como en el primer tiempo de ayer” y
que se sintió mucho más cómodo en el segundo, cuando tuvo acompañantes en el
ataque, aunque no quiso polemizar con Sabella y en todo momento insistió en que
los cambios los hizo el entrenador, nunca él o sus compañeros.
Para algunos medios, se trató de una declaración de
guerra a Sabella en cuanto al sistema por utilizar de allí en más, y el Grupo
Clarín, el más fuerte, ya apareció editando una foto de un entrenamiento, con
Messi y Sabella de espaldas.
Ya muchos medios comenzaron a ver en este supuesto
duelo entre Messi y Sabella los antiguos fantasmas del enfrentamiento entre el
resultadismo (pragmatismo, ganar a como de lugar) y esteticismo (buscar agradar
a los espectadores).
Pero al margen de las polémicas, es claro que Messi
responde al plantel y que con esta declaración (ineludible ahora por Sabella
para armar los próximos equipos), Messi se graduó de capitán argentino.
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