Muchos analistas sostienen que este Mundial que
comienza el próximo 12 de junio está organizado para que lo gane un equipo
sudamericano, y no les falta razón. Incluso, la final más probable (y así lo
indican las casas de apuestas) es la de Brasil-Argentina.
El fútbol no tiene lógica y para que eso ocurra,
ambos seleccionados, cuya rivalidad fue creciendo con los años y la
globalización, sumado a la vecindad y a la cantidad de estrellas que cada uno
tuvo siempre en sus planteles, deberán ganar sus respectivos grupos en la
primera fase. Si esto fuera así, ya no podrían enfrentarse hasta la final del
Maracaná el 13 de julio.
Este calendario no fue diseñado de casualidad por la
FIFA, sino pensado justamente para que haya una final sudamericana y no sólo
esto: si tomamos en cuenta la organización de octavos de final, se podrá compro
bar que el actual campeón mundial, España (u Holanda), podría enfrentarse a
Brasil, y correría el riesgo de despedirse muy pronto, mientras que Italia e
Inglaterra están en el grupo de Uruguay, y aún el europeo que pase a octavos,
tendría enfrente a Colombia.
Claramente, el sorteo determinó que las potencias
europeas se eliminan entre sí en la fase de grupos (Italia-Inglaterra en el
mismo grupo, Alemania- Portugal en otro, y Francia-Suiza en otro y ambos
complejos, que generan desgaste al tener a Uruguay, Estados Unidos, y Ecuador
respectivamente).
Esto ya supone un diseño de cuartos de final con
escasos equipos europeos, y teniendo en cuenta que hay mayor humedad, y algunas
ciudades calurosas, los conjuntos europeos tradicionalmente rinden menos en
Sudamérica, al punto de que jamás un europeo se impuso no sólo en esta parte
del continente, sino en toda la extensión del continente americano en los siete
Mundiales anteriores.
En todo caso, si hay una selección que puede
interponerse, siempre dentro de la lógica, entre Brasil y Argentina, es la
uruguaya, que ya sabe lo que es dar la sorpresa en territorio brasileño, aunque
haya sido en el lejano 1950, con aquel gol de Alcides Chiggia que silenció a
200 mil personas en el Maracaná de Río de Janeiro en el momento más importante
de la historia de los Mundiales.
Hoy los tiempos cambiaron, y el conjunto uruguayo
llega muy justo, aunque con una enorme solidez por el gran trabajo del
entrenador Oscar Tabárez y basado en el fuerte triángulo final (el arquero
Fernando Muslera y los centrales Diego Lugano y Diego Godín), un mediocampo
trabajador y equilibrado, y un potente ataque con Edinson Cavani y la incógnita
de cómo se recupere de su lesión su estrella de la Premier League inglesa, Luis
Suárez.
Pero en todo caso, Uruguay parece, a priori, el
rival más molesto, o acaso España si logra eludir a Brasil en octavos y si no
le afecta el clima, sumado a la sorpresa que pueda ser Bélgica con una excelente
generación (Courtois, Kompany, Fellaini, Hazard, entre ellos) o la incógnita de
Colombia o Francia.
Brasil y Argentina, las dos grandes potencias,
transitan caminos opuestos. No sólo entre ellos, sino también comparados con
sus propias características del pasado. Si Brasil siempre fue talento y ataque,
con defensas endebles, hoy tiene tal vez la mejor defensa, pero carece de aquel
talento que lo hizo famoso.
Si Argentina, hasta hace poco menos que una década
era sólido atrás, pero carecía de equilibrio y con menos talento arriba, hoy es
puro talento y una gran potencia para definir, sumado a contar con el mejor
jugador del mundo, Lionel Messi, pero no da garantías en el fondo.
Aún así, el equipo argentino ha conseguido vencer a
casi todos sus rivales en la preparación y casi no sufrió en la clasificación
mundialista, mientras que el brasileño ha crecido desde que Luiz Felipe Scolari
(campeón mundial en 2002) es el entrenador, y la mayor prueba es el triundo en
la Copa Confederaciones 2013.
Es decir que tendríamos una final apasionante por el
cruce de dos potencias, vecinas, de gran rivalidad, y de juego complementario.
Si es por los pronósticos, la final más esperada y a
su vez, la gran apuesta (futbolística y comercial) de los organizadores.
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