Desde Belo Horizonte
El 24 de junio de 2006, había clima de jolgorio en
la concentración argentina de Herzogenaurach, cerca de Nüremberg, en el predio
que Adidas cedió a la selección argentina de José Pekerman para el Mundial de
Alemania.
Todos se prepararon para saludar al gran crack de
entonces. Juan Román Riquelme se sentía líder de aquel equipo, secundado por
uno de sus amigos, Juan Pablo Sorín, proveniente del mismo club en el que
Pekerman había jugado muchos años antes, Argentinos Juniors.
Pekerman le había quitado la cinta de capitán a
Roberto Ayala para dársela a Sorín, Javier Mascherano jugaba su primer Mundial
y no tenía ni la misma voz ni el mismo voto, y un Lionel Messi muy joven,
llegaba al plantel casi a último momento y se dedicaba a jugar a la
playstation, en solitario, con su amigo, el también juvenil Oscar Ustari, con
el que un año antes había sido campeón mundial sub-20 en Holanda.
Los jugadores más grandes de aquella selección
argentina, como el propio Ayala, Gabriel Heinze o el arquero Roberto
Abbondanzieri llegaron a comentar a este periodista cierta preocupación por la
“distancia generacional” con aquella de Messi y Ustari que andaban siempre
solos, lejos de las decisiones grupales.
Es más: un día, Messi se enteró de que varios
jugadores estaban tomando mate (una típica actividad con el pretexto de
compartir un rato) en una de las habitaciones de la concentración, vio la
puerta entreabierta y se sumó, sigilosamente, pero encontró una mala respuesta
del líder: “Pibe, para entrar hay que golear la puerta, ¿entendido?”. El
jovencito agachó la cabeza y se fue, tan en silencio como cuando entró.
En ese contexto es que aquél 24 de junio de 2006,
Messi apenas si balbuceó que también él cumplía los años ese día. Alguien, de
apuro, corrió a buscar alguna torta o algo dulce, para que también el chico
apagara las velitas. Pero era demasiado poco en comparación con el gran crack
del momento.
Pasaron ocho años y Messi cumple, otra vez en pleno
Mundial, 27 años y ahora es todo un acontecimiento. Desde hace días que los
medios argentinos vienen preguntando a los compañeros, a su familia, que viajó
a Brasil para estar cerca del genio, a su novia Antonella, que llegó con su
hijo Thiago, qué prepararán de especial para agasajar al mejor jugador del
mundo.
“Si el 30 de octubre para muchos argentinos es
Navidad, acaso el 24 de junio sea Pascua o algo así”, me comenta un periodista
compatriota en el Centro de Prensa del estadio Mineirao, de Belo Horizonte. La
primera fecha es el cumpleaños de Diego Maradona (53).
Messi aún no tiene una Iglesia propia como sí
Maradona, con miles y miles de fieles que hasta inventaron un rezo o bendicen a
muchas parejas que se casan bajo ese juramento, aunque parezca una locura.
Pero acaso Messi no tenga devotos todavía porque el
umbral pasa por el Mundial. Y el propio jugador lo sabe. Por eso, y por el
perfil bajo que adoptó desde hace mucho tiempo, es que la familia, aunque
presente en Brasil, no quiera molestar.
A lo sumo, sus padres, Jorge y Celia, su hermano
mayor, Rodrigo, o su novia Antonella y su hijo Thiago lo visitaron el pasado
domingo, el día libre para todos los jugadores luego del magro 1-0 ante Irán
con gol de…Messi, sobre el final, con un tiro esquinado.
Para la familia, con esa visita y llamados
telefónicos o mensajes de texto, o emails, o whatsapps, ya alcanza. No quieren
molestar, pero saben que no hay mejor regalo para el crack, que el título
mundial. Es su momento, y ese es, hoy, el motivo de su felicidad.
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